Muhammad Yunus, en su reciente visita a nuestro país, nos ha explicado la importancia de la empresa social en el proceso de empoderamiento de las personas pobres.
“No se les debe dar caridad sino capital para que trabajen”, algo así como la “caña para pescar” de la que habla el proverbio chino. Lo mejor del planteamiento de Yunus radica en su afirmación de que estas personas son buenas pagadoras, virtud que él ha logrado corroborar en su ya vieja experiencia a través de la empresa social que ha venido impulsando en Bangladés y el mundo.
En nuestro país, hay un sector de mujeres que desearía que estuvieran bajo el ala del sistema bancario que promueve Yunus. Es un sector muy amplio de mujeres con formación en distintos campos profesionales y técnicos pero que, por carecer de capital para sus proyectos de desarrollo, permanecen en una especie de limbo crediticio.
El INEC ha de tener la cifra exacta de las mujeres que componen esta fuerza laboral que, no obstante su conocimiento, están subempleadas o desempleadas.
Habitan en un limbo crediticio porque no son sujetas de crédito para nadie: no califican para los programas de personas pobres (por ejemplo los auspiciados por el IMAS y otras instituciones de bien social) porque no lo son; pero tampoco para los promovidos por la banca clásica, porque no tienen salario ni respaldo prendario que respalde sus peticiones de crédito y microcrédito.
Este significativo sector femenino, que podría estar energizando la economía nacional desde sus proyectos emprendeduristas, pagando impuestos y promoviendo cadenas comerciales en sus comunidades, está más cercano a la indigencia que a la superación, lo que es una tragedia, una paradoja.
En esta hora de debate de ideas al calor de las elecciones, qué bueno sería que los partidos trataran el tema de cómo resolverle a estas mujeres (y al país) su trágica y dramática situación.