Cuando vemos las graves dificultades fiscales y los parches generados para sobrevivir, uno se pregunta si habrá alguna otra forma, o quizás un proyecto, que beneficie grandemente al país, que ayude y contribuya a la sostenibilidad de las finanzas del Estado.
Yo creo que sí existe. El Canal Verde Interoceánico de Costa Rica, conocido también como canal seco, cuyo trámite se lleva a cabo en el Consejo Nacional de Concesiones como una iniciativa privada de interés público, representa una enorme posibilidad de construir una obra de infraestructura extraordinaria para producir enormes efectos positivos directos e indirectos en la economía del país y, desde luego, en el ámbito tributario.
El canal tendría una extensión aproximada de 315 kilómetros, con franjas de amortiguamiento de 200 metros de ambos lados, concebidas tanto para proteger el canal como para propiciar la conservación natural y desarrollar planes sostenibles. Beneficiaría a cantones como La Cruz, Upala, Guatuso, San Carlos, Sarapiquí, Río Cuarto, Pococí, Siquirres y Guácimo, algunos de ellos con grandes rezagos sociales y económicos.
Se trata, por lo que he leído en el expediente del proyecto, de una obra de características mundiales, diseñada específicamente para el transporte internacional terrestre de mercaderías y contenedores entre los mares del Pacífico y del Caribe.
La obra estaría compuesta por un megapuerto en cada litoral, unidos por diez líneas de carreteras y tres líneas de ferrocarril, con zonas y polos de desarrollo comerciales, industriales y turísticos, entre otros. El proyecto es iniciativa de costarricenses, con financiamiento esencialmente externo, estimulado desde años atrás por personas como Clinton Cruisckshank, Óscar Hutt (q.d.D.g.) y otros costarricenses. En la actualidad, es liderado por Lucía D’Ambrosio y sus colaboradores.
Inversión privada. Por ser un proyecto de iniciativa privada de obra pública, el diseño, construcción y operación se realizaría cien por ciento con recursos privados. Por tanto, no requeriría endeudamiento público y más bien ingresaría una millonaria cantidad de divisas como inversión extranjera directa.
Según se lee, el canal no afectaría ninguna cuenca, ni área de conservación natural, como parques nacionales, áreas protegidas, ni humedales, ni requiere grandes volúmenes de agua por ser precisamente un canal seco. En todo caso, Setena tendría que revisar el estudio de impacto ambiental.
Lo realmente extraordinario de la propuesta es que la estimación de semejante infraestructura es cercana a los $16 billones, lo cual representa casi un 28 % del producto interno bruto (PIB) del 2016.
Solo el primer año, la concesionaria pagaría un impuesto de renta calculado en $841 millones, un 1,47 % del PIB, igual o más que el reciente plan fiscal aprobado.
Las municipalidades recibirían, durante el primer año, en cánones y tributos unos $51 millones, lo cual significa aproximadamente el 0,1 % del PIB. En cuanto a empleo, se proyectan unos 80.000 puestos de trabajos directos e indirectos, asociados a la operación del canal en sus distintas fases, y ayudaría al desahogo migratorio de la Gran Área Metropolitana.
Nuevo paradigma. El proyecto representa un nuevo paradigma de transporte marítimo, cuyo mercado meta son los buques que, por su dimensión, ya no pueden pasar por el canal de Panamá o tardan mucho tiempo. Su fin único es el transporte de mercaderías. El tiempo estimado de construcción y puesta en operación es de cinco años, a partir del otorgamiento de la concesión.
Evidentemente, estamos frente a un proyecto monumental de clase mundial. Es ahí donde tenemos que pensar en grande. No podemos pensar que porque el financiamiento sea externo nos entre canillera y pensemos en chiquitico y nos llenemos de temores.
Hay que sacarles provecho a nuestra geografía privilegiada y al capital humano que tenemos. Es una oportunidad para enriquecer nuestra economía, generar miles de empleos, aprovechar la transferencia tecnológica y robustecer la recaudación de tributos con el pago de muchos miles de dólares, producto de uno de los proyectos más grandes del continente.
Abrigo la esperanza de que algún día habrá un gobierno que pase a la historia por la convicción de respaldar proyectos de esta envergadura. Por supuesto, ese gobierno solo podrá ser aquel que trascienda las pequeñas obras de cada cuatro años y la mentalidad de pulpería que a menudo nos aturde.
El autor es empresario.