Que gran privilegio es el no haber tenido que teñir la memoria de mi abuelo con las atrocidades de la guerra
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Por José Pablo Arrieta Navarro
Desde niño, mi abuelo siempre ha sido mi héroe. A mi alrededor siempre escuché y leí historias de su pasado y su vida antes de que yo naciera. Me contaron de su trabajo, de su brillantez y de su servicio a nuestra patria. Pero lo que más me quedó guardado en la memoria de todas esas historias fue su amor por su pueblo, San Rafael Abajo de Desamparados, y su familia. Mi familia.
En la entrada del Hospital Nacional de las Mujeres Dr. Adolfo Carit Eva, hay (o hubo) una cita de Ryoichi Sasakawa que dice: “Dichosa la madre costarricense que sabe que su hijo al nacer jamás será soldado”.
Los ticos amamos nuestra tierra y, por tanto, frases como esta abundan. No obstante, hoy en día, como residente de Europa, las palabras de Sasakawa a menudo inundan mi mente.
Es cierto. mi mamá fue bendecida con el saber que yo nunca lucharé en una guerra. Pero yo también vivo esa bendición. En ningún momento de mi vida tuve que aceptar que mi abuelo o sus contemporáneos sobrevivieran a un ejército extranjero. Nunca tuve que pensar si mi abuelo trató de matar por su país o contribuyó con su sudor y esfuerzo para exterminar un ejército opositor. Yo, como todo tico, he podido amar a mi abuelo sin tener que preguntarme si él alguna vez fue soldado.
Desde 1882, “la vida humana es inviolable en Costa Rica”. Desde 1949, “se proscribió el Ejército como institución permanente”. Con estas quince palabras Costa Rica se convirtió en la tercera nación en abolir la pena de muerte y la primera en abolir el ejército. Actos de valentía que contrastan en mi mente al caminar por las playas de Europa, marcadas por museos y ruinas del Dia D, o al atravesar las granjas de Alemania donde aún hoy en día explotan las bombas de la Segunda Guerra Mundial.
Que gran privilegio es el no haber tenido que teñir la memoria de mi abuelo con las atrocidades de la guerra. Que gran privilegio es el haber nacido en Costa Rica.
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