No parece que nos encontremos en medio de una decisiva campaña electoral, sino acaso en una débil escaramuza política, apenas percibida por la insulsa propaganda expuesta en los medios impresos y televisivos.
En esta propaganda, un candidato ruega que lo contraten, precisamente, a los desempleados que, por el contrario, son quienes necesitan ser contratados, o bien a los pobres, que no serán contratados por nadie, excepto para “camaronear” un trabajo insuficientemente remunerado. Un empresario en bienes inmuebles pensaría antes de contratar, para la construcción de un bulevar en sus predios, al propulsor de un inútil barrio chino en aquel inolvidable paseo de los Estudiantes. Otro candidato, desconocido por muchos, por salir de la oscuridad, se muestra públicamente de cuerpo entero, presuntuosamente enfundado en un traje impecable, ajeno a las posibilidades del ciudadano humilde. Otro por allí acude con la promesa de un reforzamiento estatal -¿bolivariano?-, que posiblemente terminaría exacerbando los males de un Estado costarricense ineficaz y desvencijado. Un cuarto candidato rompe, al menos, el aburrimiento fatal de esta campaña, mediante la unión del humor y el poder de un discurso agresivo y directo, pero aboga por la reducción de un Estado que, acaso, entonces ni siquiera será capaz de mantener lo poco que resta de las grandes reformas sociales, impulsadas en los años cuarenta del siglo pasado para bien de nuestra nación.
Así, no podemos conocer sino los aspectos menos favorables de quienes aspiran a gobernar este pobre país. Necesitamos, al menos, una referencia palpable de su temple, de su solidez mental, de su carácter, de sus conocimientos, de su inteligencia y de sus intenciones. Esto no se lograría en un día, pero un fuerte enfrentamiento, transmitido por televisión, nos ayudaría a calibrar la personalidad de los candidatos. Pero no enfrentados en confuso montón, en un afán igualitario contraproducente que diluiría los efectos de la polémica. Resulta del todo preferible el enfrentamiento de dos por turno: primero entre los principales y más opuestos, y así sucesivamente los demás, si se requiere, pero siempre dos a la vez.
Debates ilustrativos. El caso de los debates entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica nos puede ilustrar de sobra al respecto. Es claro que allí resulta más sencillo, porque son dos los grandes partidos que se disputan el poder, pero, a la vez, la polémica es mucho más decisiva, pues los candidatos, desde la base de sus posiciones políticas encontradas, deben mostrar un amplio conocimiento de los asuntos internos y externos que conciernen vitalmente a la nación.
Estos debates alcanzaron, con razón, una amplísima cobertura nacional e internacional, y, en efecto, repercutieron hondamente en el ánimo de los electores. Los debates fueron conducidos por entrevistadores excelentes, armados de preguntas precisas y acuciantes, personas muy atentas, además, al apuro de las respuestas incompletas o débiles.
Es probable que un debate de esta clase nos depare múltiples sorpresas y que los candidatos, según sus virtudes o sus faltas, efectivamente resulten afectados positiva o negativamente, lo cual no estaría nada mal.
Por ejemplo, Abel Pacheco, armado de un aplomo y de un humor incisivos, reducía a sus oponentes al ridículo. Esto, en buena parte, contribuyó a su victoria.
Un candidato que rehuyese el enfrentamiento se expondría negativamente a la opinión pública. En consecuencia, un enfrentamiento público, debidamente programado, ofrecería una buena oportunidad de disminuir la desazón del electorado costarricense.