La realpolitik de Kissinger, que circula de nuevo en las redes sociales desde que comenzó la guerra en Ucrania, nos recuerda la importancia de respetar el compromiso real y documentado de la OTAN de no avanzar más hacia el este.
Las apreciaciones de Kissinger se dieron basadas en una correlación de fuerzas que ha variado radicalmente en casi todos los aspectos, con una enorme excepción, la tenencia de armas nucleares suficientes para aniquilar varias veces a la humanidad y a muchas otras especies.
El paso de la URSS a Rusia significó disminuir a menos de la mitad la población, reducir el territorio en casi una cuarta parte y perder 16 repúblicas. Rusia sigue siendo el país más grande del mundo, eso sí, con fronteras hacia el oeste más vulnerables.
La producción rusa es como la mitad de la de Alemania; su tamaño es relativamente modesto: $1,4 billones versus $14,7 billones de China y $21 billones de EE. UU. Actualmente, Rusia se pone sobre sus más débiles espaldas un par de carreras: la armamentista (que incluye armas tácticas y estratégicas nucleares) y la espacial de gran magnitud. Ya ha insinuado el uso de sus fortalezas en ambas pistas.
Encabezada por Putin, se esfuerza por lograr algún éxito en Ucrania, probablemente para negociar desde una posición de fuerza. No lo ha logrado ni en terreno, ni en términos de posicionamiento internacional.
Por lo pronto, en Ucrania solo ha obtenido resistencia, bastante lodo en las carreteras; internacionalmente, debilitar sus apoyos, unificar a casi todos los demás países en su contra (hasta Suiza salió de su neutralidad y aplicó sanciones). El espanto general. También derrotas económicas en su situación (rublo devaluado un 30% en menos de una semana, inmovilización de su —de Putin— cofre de guerra, entre otras) y descomposición de algunos de sus apoyos internacionales.
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La desgracia de Rusia, sin embargo, también es global, porque las mismas sanciones y sus efectos en el comercio mundial amenazan con una recesión para casi todos los países.
El arrebato de Putin ante el avance de la OTAN hacia el este era de esperarse, por supuesto, pero el cálculo del tiempo y tipo de confrontación era indispensable hacerlos con alta precisión y actualidad. No parece que haya sido el caso. Por ejemplo, las eventuales (antes de la guerra) sanciones económicas de Rusia a Ucrania podrían haber sido tremendas, pues Rusia es el principal socio comercial y son serias las dificultades de Ucrania para competir con otros países en el abastecimiento de un mercado tan sofisticado como el europeo. O, por ejemplo, la apreciación rusa de correlación internacional de fuerzas pareciera que corresponde a la creada por Trump en su confrontación con cualquier país del mundo, menos Rusia.
Los actuales alineamientos en torno a Ucrania pueden sorprender a cualquiera de nosotros, pero no a alguien que prepara un conflicto de esta magnitud. No prever una votación en la ONU de 140 votos en contra, 5 a favor y China en el grupo de los que se abstienen es extraordinariamente grave.
Como resultado, Putin irá a elecciones, pero su campaña ya no será igual que antes, pues ahora tiene oligarcas inquietos o directamente afectados y, en consecuencia, muy enojados, y una población sometida a sacrificios adicionales.
Estas nuevas condiciones son producto de una guerra con un país mucho más pequeño, donde habitan muchos parientes y conocidos, que para colmo está resultando una guerra que no tiene una resolución inmediata. Se está creando una peligrosa situación de asedio por todos los frentes con el despliegue amplio de las sanciones económicas más estratégicas y algún atascamiento en lo militar.
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Por su parte, en EE. UU., la administración Biden pudo recomponer muchas alianzas que su antecesor había hecho añicos, y ahora enfrenta al aliado de Trump. Además, a Biden se le alinearon estos astros en fecha muy oportuna, la de su primer estado de la Unión. Esto lo usa para intentar romper la polarización interna. Pareciera, por lo pronto, que Biden es el gran ganador.
Así las cosas, o la invasión a Ucrania se arregla con una solución negociada que salvaguarde intereses de cada parte y especialmente la paz de todos, o quizá la amenaza de una catástrofe vuelva a pesar en nuestras preocupaciones cotidianas.
Esperemos que no se llegue a usar el único poderío que permanece intacto y que incluso se ha mejorado. Esa es la bifurcación, que tiene una ruta de alto riesgo de exterminio.
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El autor es economista.