Existe una condición creada de mucha vulnerabilidad en la línea de costa por el efecto de mareas y corrientes de deriva litoral en el trazado de la ruta 23 en el oeste de Caldera.
Cada vez más frecuentemente las llamadas marejadas de fondo tienen efectos nocivos en los terrenos aledaños a la costa y perjudican no solo una carretera de primer orden nacional, sino también propiedades y terrenos de quienes han habitado ahí durante muchísimos años.
Es una situación relativamente reciente, casi coincidente con los trabajos de ampliación del puerto y el rompeolas de Caldera, acciones antrópicas que irremediablemente alteran el orden natural y producen concentración del oleaje en ciertos puntos, en donde se acentúa la erosión, el incremento del arrastre por deriva litoral y otros efectos que aparentemente no incluyen la reducción del oleaje dentro de la dársena del puerto, según se previó en la construcción de los rompeolas, pero esa es otra historia.
La colocación de rocas sobre la pendiente de la playa, con lo que concuerdan los estudios mencionados en la prensa, realizados por la UCR, que sabiamente prevén el colapso más temprano que tarde de los cúmulos y su dispersión hacia el fondo y los lados de donde fueron colocados, ya que su base arenosa y suelta es tan móvil y dinámica como las corrientes y mareas que las depositaron en esas playas.
Las playas de por sí son dinámicas por naturaleza, crecen, se erosionan, se desplazan, cambian de posición y de granulometría. Las playas son efectos, su causa son el aporte de sedimentos, las corrientes marinas, las mareas y, sobre todo, los cambios naturales o antrópicos que se produzcan.
Ejemplos de calamidades anunciadas por intervenir la dinámica de la zona costera hemos visto en puerto Quetzal y Likin, en la costa pacífica de Guatemala. Edificios enteros cayeron en el mar cuando se interrumpió la corriente de deriva del oeste con la construcción del rompeolas en la entrada del puerto y se erosionó la playa ubicada deriva abajo con todo y sus construcciones.
En la ruta 23, en lugar de tratar de prevenir la inevitable destrucción de la vía mediante costosas obras, como muros rígidos, malecones de concreto, dolos o megarrocas, espolones u otro tipo de interrupciones de los flujos naturales del mar, es mejor trasladarla tierra adentro, fuera de la zona de dinámica costera actual.
Mi sugerencia es mover unos 900 metros del trazado que es golpeado constantemente por el oleaje hacia el antiguo derecho de vía del ferrocarril al Pacífico, en abandono.
La idea es construir, sin tener que interrumpir el paso por la carretera actual, una especie de baipás tierra adentro, sobre un relleno más alto que el oleaje y la marea, y a unos 150 metros del ápice de la curva en donde se colocó el cúmulo caótico de bloques.
Se trata entonces de mover la vía hacia el pie del paleoacantilado de Caldera, que había sido naturalmente abandonado por la zona de dinámica costera hacía unos cuantos miles de años.
La mejor forma de ganar una pelea es no pelear. El mar y su dinámica costera son un enemigo formidable cuyo poder se incrementa con el cambio climático. Mejor nos alejamos de él y, casi con seguridad, ganaremos a menor costo que el de cualquier acción interventora.
El autor es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).