Las imágenes de las antiguas salas de operaciones del Departamento de Ginecoobstetricia del Hospital México tal vez parecen las de un edificio como cualquier otro.
Quizá un poco sucio, que amerita reparaciones; sin embargo, déjenme decirles que la historia encerrada entre esas paredes es inimaginable.
Se preguntarán por qué escribir sobre ellas, por qué si los edificios constantemente están cambiando y siendo remodelados, por qué vale la pena escribir acerca de este en particular. El motivo es muy sencillo: lo que pasó por estas estancias no debe morir; no debe caer fácilmente en el olvido.
Cientos de médicos se formaron en esas salas, incluso algunos de los mejores especialistas. Ahí nacieron miles de costarricenses, se salvaron vidas y, por supuesto, muchas historias ocurrieron dentro de esas paredes que en su mayoría tienen un final feliz.
Esas paredes fueron testigo de médicos y personal de salud que trabajaron e hicieron todo lo que estuvo en sus manos por brindar lo mejor a nuestros pacientes. Los profesionales dieron alma, vida y corazón por ellos.
Es un lugar que se convirtió en la segunda casa de muchos, donde nacieron amistades y amores para toda la vida.
Ese lugar se está convirtiendo en este momento en parte del centro de equipos —lugar, por supuesto, fundamental para nuestro trabajo diario—, pero entre las obras no se contempló un mural, una foto, una reseña que resguarde la historia, que a las nuevas generaciones les indique lo que ahí ocurrió durante 50 años y que se siente y casi se huele todavía en los pasillos.
Dejamos que se pierda fácilmente nuestra historia, que quede enterrada bajo los escombros.
La placa donde figuraba el nombre de esas instalaciones, en reconocimiento a uno de los máximos maestros de la ginecobstetricia, el Dr. Carlos Prada Díaz, fue removida sin más, y así como quitaron la placa, también cercenaron nuestra historia.
¿Por qué nosotros en Costa Rica y en nuestras instituciones no luchamos por conservar nuestra historia, por tener pruebas para mostrar a las nuevas generaciones lo que vivimos, lo que nos ha costado llegar hasta aquí, para tratar de que no den por sentado lo que tienen, para que no crean que todo ha caído como un regalo del cielo?
¿Será por eso que todos los días nos cuestionamos que los ciudadanos jóvenes no sienten el mismo compromiso y apego que nosotros tuvimos?
Mea culpa. Consideramos que la información y los valores se transmiten solos. Damos por sentado que esas paredes que ahora están solas deberían haber impregnado a los jóvenes mágicamente de amor por nuestra institución.
Estrenar un edificio produce algarabía, comodidad, pero no quita que dejemos una huella por donde pasaron nuestros maestros construyendo la Costa Rica, la Caja Costarricense de Seguro Social, el hospital que hoy tenemos.
Deberíamos resguardarlo con toda nuestra fuerza para que, así como nosotros lo vivimos, las nuevas generaciones tengan la oportunidad de conocerlo y valorarlo.
Como dijo Marcus Garvey: “Las personas sin conocimiento de su pasado, su origen y su cultura son como un árbol sin raíces”.
Reflexionemos y hagamos un alto en el camino: ¿Queremos que nuestros futuros médicos sean árboles sin raíces? Yo quisiera que no.
La autora es jefa del Servicio Ginecología del Hospital México.