Un informe del centro de políticas públicas Committee for Economic Development (CED) revela que de los cincuenta estados de EE. UU. solo en siete Educación Cívica es una materia obligatoria en secundaria.
En el octavo grado, menos de la mitad de los estudiantes dijo haber recibido la asignatura y, del total de evaluados, menos del 25 % aprobó la materia. Existen, asimismo, pocos profesores para impartirla. Solo un 29 % de los alumnos dijo haber tenido un profesor en esa asignatura específica.
Desde 1960 hasta el 2010, gran cantidad de universidades abandonaron paulatinamente el requisito de diseñar un plan de estudios común para humanidades en el primer año.
David Brooks, en el artículo “Como EE. UU. se volvió malo”, publicado el 14 de agosto en The Atlantic, explora las consecuencias del repliegue de la formación cívico-moral, como lo es la pérdida del compromiso con el bien común y un retroceso de la cortesía y el buen trato.
Lo anterior se ve reflejado en malas conductas sociales, tales como los desórdenes y comportamientos en establecimientos comerciales y centros de salud, en los delitos de odio, tiroteos masivos y el uso de palabras hostiles que originan polarización.
Para Brooks, es necesario infundir el saber y, en conexión con este, el saber estar: cómo conducirse, cuándo guardar distancia, cuándo intervenir, cómo participar en lo público y qué aportar.
En el reciente artículo “By Abandoning Civics, Colleges Helped Create the Culture Wars”, en el New York Times, Debra Satz, decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Stanford, y el profesor Dan Edelstein, director del programa de Educación Cívica, argumentan las serias consecuencias del abandono de este tipo de educación.
Es clave enseñar a los estudiantes a lidiar de modo civilizado con asuntos desafiantes, problemáticos y conflictivos. Ambos autores citan el ejemplo de Stanford, donde en el 2021 se introdujo un curso denominado Educación Cívica, Liberal y Global como requisito universitario común que promueve seminarios sobre lo que implica la noción de ciudadanía en el siglo XXI.
También, fomentan las lecturas de escritores estadounidenses contemporáneos y clásicos como Platón. Son herramientas para potenciar el debate con el que se pretende “cultivar habilidades democráticas, como la escucha, la razonabilidad y la humildad”, y capacitar a los estudiantes para que interactúen de modo edificante con los demás, “especialmente cuando no estén de acuerdo”.
Para Satz y Edelstein es fundamental promover las habilidades de escucha activa, razonamiento mutuo, respeto a las diferencias y apertura de mente. Actitudes cívicas.
La cultura del instante nos obliga a regresar a la solidez del pensamiento humanista. Esto me recuerda la lúcida advertencia del filósofo Martin Heidegger: “Lo más grave de esta época cargada de gravedad es que aún no pensamos”.
Aunque el pensamiento es libre y personal, es esencialmente dialógico, pues hemos de pensar en diálogo con otros, lo cual implica esfuerzo y responsabilidad. Requerimos un pensamiento que brinde a nuestras vidas contenido, dirección, coherencia, orden, sentido y estructura.
La educación cívica cristaliza muchos valores porque promueve el compromiso con los ideales, algo relevante en una sociedad donde el poder se está condensando en la violencia, el dinero y la información. Conlleva acercarse a un humanismo civil que facilite el paso de un planteamiento empírico de tipo técnico a un enfoque antropológico.
En la educación no hay clientes ni productos, sino personas. El humanismo cívico proporciona energías cívicas para construir comunidades solidarias en un marco de responsabilidad ciudadana.
Esto debería ocupar seriamente a los cultivadores de las ciencias sociales y a los políticos, dada la seria desvitalización de la democracia.
Existirá siempre una clara conexión entre el humanismo cívico y la formación humanística. El humanismo ayuda a comprender que la complementariedad es más radical que la oposición, que lo diverso no tiene por qué ser contrario. Tal actitud es decisiva en un mundo donde la paz está en jaque.
La autora es administradora de empresas.