Los sábados siempre han tenido para mí un encanto especial. Hubo un tiempo, ya lejano, cuando, como miembro de la Asociación Cultural y Ecológica Ascona, recorrí prácticamente todas las montañas y todos los ríos de Costa Rica. Las excursiones siempre se iniciaban los sábados, aunque terminan al día siguiente o varios días después.
Luego, este día de la semana fue el de jugar tenis y, desde hace algunos años, es el de ir a la feria orgánica, en Aranjuez. Las instalaciones son muy cómodas y hermosas, rodeadas de pequeños montes adornados con muchas flores y rodeados de un río como si fuera el cinturón de un gigante.
Se respira salud y amistad. Con el tiempo compradores y vendedores se convierten simplemente en amigos. Desde Irene que, junto con sus padres, nos prepara y sirve el desayuno, hasta María Angélica, quien nos proporciona las semillas para cultivar los brotes que casi milagrosamente despiertan a la vida al recibir el agua y en cinco días se transforman en pequeñas plantas que traen salud a toda la familia.
También está Martín, quien comparte sus conocimientos de panadero experto con quienes lo visitan; y Yahaira, vendedora de ostras frescas producidas por un grupo de mujeres emprendedoras en Paquera.
Los sábados nos encontramos con Bruno, quien nos ofrece deliciosas truchas curadas o ahumadas, así como el caviar que estos peces producen. Además, hay toda clase de hortalizas (no vegetales) frescas y orgánicas.
Encuentro presidencial. El sábado 28 de febrero nos acabábamos de sentar a desayunar cuando observé, en una mesa no muy lejana, nada menos que al presidente, don Luis Guillermo Solís, con la primera dama, doña Mercedes, y dos niñas. Les servían el mismo desayuno que a nosotros y no tenía la menor escolta ni otro privilegio. Simplemente, desayunaba para luego ir a comprar las verduras para su casa, como cualquier hijo de vecino.
Mi señora, Ángela Eugenia, quien fue primero su compañera de estudios en la Facultad de Historia de la UCR y luego su alumna, cuando volvió a la Universidad después del nacimiento de nuestra última hija, Silvia, fue a saludarlo. Cuando el mandatario me vio, vino hasta mi mesa para saludarme también. Hablamos brevemente de un artículo que había publicado en esta misma página con el título “En defensa de nuestros indígenas”. “Estamos trabajando en resolver ese grave problema”, me dijo. “Por el momento, lo más importante es evitar la violencia”, agregó.
Seguridad histórica. Creo que en ningún país del conteniente americano, tal vez del mundo entero, se puede encontrar a un presidente con la familia más cercana de compras en una feria agrícola, sin guardaespaldas, sin la menor protección policial, como lo hacían nuestros próceres hace muchos años.
Así acostumbraba don Otilio Ulate, y las nuevas generaciones quizás no sepan que, cuando asumió la presidencia de la Republica siguió viviendo en su pequeña casa por el barrio Amón, y todas las mañanas caminaba hacia su oficina en la Casa Presidencial, que entonces estaba al oeste del Parque Nacional.
En una ocasión no se fijó al cruzar la calle y lo atropelló un ciclista. Sufrió varios golpes, ninguno de gravedad, y ahí mismo, al llegar un oficial de tránsito le dijo: “El muchacho no tiene la menor culpa. Toda la culpa es mía”. Ojalá esta manera de actuar se mantenga y nuestros presidentes sean siempre parte del pueblo que los eligió.
El autor es periodista.