El ocio es uno de los fundamentos de la cultura occidental. Para los pensadores clásicos, era parte esencial de la vida. Aristóteles, en Política, dice que el ocio es el punto cardinal alrededor del cual gira todo.
Etimológicamente, viene de la raíz griega skholè. En latín, schola (escuela). Así, el nombre con que denominamos los lugares donde se lleva a cabo la educación, e incluso la educación superior, significa ocio.
Paradójicamente, el ocio era la palabra que tenían los griegos para la actividad laboral cotidiana. Para la faena diaria. Una frase de Max Weber nos puede ayudar a comprender esta paradoja: “No se trabaja solamente por el hecho de vivir, sino que se vive para trabajar”.
Los griegos trabajaban en atención a ejercer la actividad del ocio. Este conduce no solamente al descanso y la diversión, sino también a la reflexión y la contemplación. Lo que sería para Heráclito “tener un oído atento al ser de las cosas”. El ocio es una herencia humanística y está llamado a dotar de sentido la existencia.
El ocio nos sitúa en el ámbito de los valores personales y sociales. También potencia valores comunitarios. Para el filólogo español Manuel Cuenca Cabeza, desde el punto de vista comunitario, el ejercicio de un ocio digno es aquel que afirma los valores básicos de la ciudadanía y la convivencia: libertad, igualdad, solidaridad, respeto activo y diálogo.
La práctica de un ocio solidario crea un mundo más humano, pues fortalece la identidad, la superación y el aprendizaje. Nos permite compartir la experiencia de valores sensibles, tales como el placer y la alegría; valores éticos, como la belleza y la armonía; los valores morales, como la solidaridad y la justicia.
El ocio tiene la virtud de contribuir al capital social mediante el fortalecimiento de los nexos sociales y la creación de nuevos puntos de encuentro. Estudios señalan que el capital social en las comunidades produce más éxito educativo; gobiernos más eficientes, éticos y democráticos; instituciones mucho más responsables e involucradas; mayor nivel de desarrollo socioeconómico; mejor salud física individual y mayor control social (menos criminalidad y violencia).
El capital social logra una sociedad más cívica y dinámica. La educación del ocio es fundamental. La familia y la escuela son capaces de promover valiosos espacios a través de clubes, asociaciones, instituciones cívicas y académicas.
Asimismo, las empresas pueden fomentar un ocio asociado a la cultura, el deporte, la educación, el turismo y la recreación. Ocio y ociosidad no significan lo mismo. El ocio es actividad. Una actividad gustosamente elegida.
Para Aristóteles, el ocio era “el principio y origen de todas las cosas”, porque sirve para alcanzar el fin supremo del ser humano, que era para él la felicidad. Por ello, el ocio tiene un carácter festivo. La fiesta es su origen íntimo.
Victor Frankl mencionaba que la ociosidad lleva a la pasividad espiritual y contribuye a crear lo que él denominaba el “vacío existencial” o vacío interior en el que se hunde la persona cuando su vida carece de sentido.
Esa falta de una razón para seguir adelante es terreno fértil para quienes hacen del ocio un negocio y lucran con la diversión y el consumo. Es una diversión noctívaga (vagando durante muchas horas seguidas de la noche), uniforme (igual para todos), masificada (aglomerada), repetitiva e impersonal.
Se sirven del hecho de que el ocio puede llegar a tener un cuantioso valor económico. Lo hacen patente muchos bares en este país. Pero el ocio no se mide con los parámetros de rentabilidad, eficacia, productividad o utilidad.
No es conquistado por una visión utilitarista. La trasciende. El ocio del que habla el estagirita se refiere a la actividad humana no utilitaria. A un ejercicio de contemplación intelectual y regocijo en la belleza, la verdad y el bien. ¡Este sí que es un buen negocio!
La autora es administradora de negocios.