En Costa Rica, cuando pensamos en las bibliotecas públicas y en la juventud con fácil acceso a los libros, necesariamente debemos pensar en don Miguel Obregón Lizano, un maestro que dedicó su vida a la educación y la cultura al servicio de los pueblos. Para ellos fundó escuelas con planteamientos nuevos, colegios, centros de investigación científica, periódicos, revistas, museos y, sobre todo, bibliotecas.
Don Miguel fue bachiller en filosofía de la Universidad de Santo Tomás, pero, en verdad, se le puede considerar un autodidacta. Su amplia cultura en humanidades, geografía, historia, pedagogía, astronomía, física, cartografía, cosmografía, matemática y ciencia política lo clasifican como un hombre del Renacimiento. Fue uno de los pocos costarricenses cuya labor fue reconocida (casi podríamos decir) universalmente.
Sus “Nociones de geografía de Costa Rica” –que escribió a los 28 años de edad– fue publicado en París. Además, recibió el diploma de la Exposición Universal de Chicago, y diploma y medalla de oro de la Exposición Centroamericana de Guatemala. Su mapa de Costa Rica fue editado en París. Asimismo, fue miembro de la Sociedad Geográfica de Washington, doctor honoris causa de la Universidad de Washington, miembro de la Sociedad Geográfica de Nuremberg, miembro de la Sociedad Geográfica de Lima, miembro y fundador de la Sociedad Astronómica de Francia, propuesto por Camilo Flammarion; oficial de Instrucción Pública de Francia, laureado con las Palmas de Oro; miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, y miembro de la Sociedad de Geografía de Madrid.
Los maestros de Costa Rica lo declararon “benemérito de la enseñanza” y la Asamblea Legislativa, “benemérito de la patria”.
En la enseñanza pública se puede decir que ocupó todos los cargos, desde auxiliar de inspector de escuelas de Alajuela –a los 19 años de edad– hasta ministro de Educación Pública. Además, redactó los primeros programas de instrucción primaria, fundó y organizó la Biblioteca Nacional, la de Alajuela, la de Cartago y la de Heredia. Se le nombró director general de Bibliotecas Públicas, inspector general de Enseñanza, redactó el Reglamento Orgánico del Personal Docente, y fue jefe de la sección técnica de la Secretaría de Instrucción Pública, presidente de la Junta Calificadora del Personal Docente y miembro fundador del Patronato Nacional de la Infancia. En total, trabajó durante 57 años al servicio de la enseñanza pública. Murió a los 74 años, un mes después de que se le concedió la pensión.
Termino citando pensamientos suyos sobre educación, y que recojo de su biografía escrita por su hijo Edgar Obregón: “Que la enseñanza debe ser fundamentalmente educativa, gradual y armónica, desde la escuela infantil hasta la universidad, es cosa ya indiscutible.
“De esta premisa parten las naciones que más se desviven por la difusión de las luces para llegar a esta irrefutable conclusión: que la piedra angular de la educación pública no es otra que el maestro de escuela. Modelarlo, pues, en consonancia con la ardua labor que le confía en Estado –misión que trasciende a los más claros intereses del individuo, de la colectividad donde vive y de la humanidad entera– es hoy el objetivo de todos los Gobiernos ilustrados.
“Estéril o de mediocres resultados es la educación pública cuando le falta esa base esencial, cuando los encargados de impartirla no están a la altura de su deber, cuando en su profesión no miran un verdadero apostolado –todo abnegación y sacrificio– ni, por otra parte, saben estimar en su justo valor los goces íntimos que el magisterio proporciona a quien sabe ejercerlo sin parar mientes en intereses mezquinos.
“Maestro que no sepa hermanar y equilibrar en sus enseñanzas lo intelectual a lo moral, los intereses del cerebro a los intereses del corazón, dista mucho de merecer ese nombre. Supeditar la educación a la instrucción, como acontece muchas veces, es dar muestras de no conocer la naturaleza humana, atrofiar el alma del niño”.