Diariamente, miles de personas se movilizan a sus trabajos en su propio automóvil, con la única compañía de su radio o su celular. Las pocas interacciones con otros seres humanos no necesariamente son cordiales ni positivas, y las pocas emociones se relacionan más con el hígado que con el corazón.
Cada kilómetro recorrido significa varios gramos de emisiones contaminantes y cada vehículo representa un elemento más de la presa.
Dos oportunidades. Transporte público y espacio público, dos oportunidades para cambiar emisiones por interacciones y generar emociones. Transporte público y espacio público de calidad, inclusivo, accesible y seguro. Debemos enfocarnos en el movimiento eficiente de personas, no de vehículos, y pensar en la calle como un espacio público para todos los usuarios, dando prioridad al peatón.
Es mejor escuchar la voz de un pasajero en el autobús que el sonido del radio del carro; mejor, una cara nueva en el parque que la pantalla del celular en el carro; mejor, un saludo al vendedor del tramo que una mala señal al conductor del vehículo que se atravesó.
Para reducir las emisiones, debemos aumentar las interacciones y sumarle emociones a nuestro viaje.
¿Qué tal, si el transporte público fuera gratuito? A lo mejor, hasta la educación mejoraría.