La conocida teoría de las necesidades de Abraham Maslow sigue siendo relevante ochenta años después de postulada, y en la era de las redes sociales ratifica su validez.
Veamos la jerarquía con una mirada del ya avanzado siglo XXI y que esto permita retomar lo básico de la dignidad humana, porque el vertiginoso avance de la tecnología no se está traduciendo en mejores condiciones de vida para los ciudadanos.
Necesidades fisiológicas. Las necesidades más básicas son alimentación, agua, sueño y respiración. Cuando se fractura la base de la jerarquía y un número creciente de personas viven en la incertidumbre de si las satisfarán, la pirámide social se tambalea.
La pobreza extrema creciente, la incertidumbre económica y una clase media que se adelgaza progresivamente se traduce en miles de costarricenses que no saben cómo se alimentarán cada día. ¿Conocen esta dura realidad los políticos y formuladores de políticas públicas? La ansiedad y el estrés de la lucha diaria por sobrevivir en un trabajo informal es una olla de presión que trastoca las demás necesidades básicas.
Sin buena alimentación, calidad de sueño y condiciones mínimas para vivir, se gestan peligrosos panoramas sociales, máxime sin esperanza de un mejor futuro que se garantice con buena educación, aspecto en el que hemos fallado estrepitosamente.
Necesidades de seguridad. Cuando una familia no tiene sus necesidades fisiológicas cubiertas, no se puede hablar de seguridad y estabilidad. Sin seguridad financiera y salud física y emocional, lo que se produce es delincuencia y un ambiente violento creciente. Caldo de cultivo para la proliferación de grupos criminales, los cuales suplen estas dos necesidades básicas de las personas. Cuando el Estado social de derecho falla en sus principios y propósitos, las consecuencias se pagan con pobreza, delincuencia y violencia.
Necesidades de pertenencia y afecto. Si la familia está afectada por la fractura de los primeros dos niveles de la jerarquía, esto implica desintegración familiar y ambientes violentos y hostiles para los niños y jóvenes. Entonces, ¿dónde satisfará su necesidad de pertenencia y amor? Lo harán en la calle o en la escuela.
Los centros educativos sucumbieron a la falta de visión a largo plazo y las improvisaciones. Lo que otrora eran escuelas y colegios seguros —donde la socialización y el aprendizaje eran la norma— no atraen hoy ni a estudiantes ni a buenos educadores. Queda entonces la calle como la nueva escuela.
Somos seres de grupos, de tribus, de pertenencia, de comunidades. El siglo XXI nos trajo una nueva realidad en cuanto a grupos tradicionales. Políticos, religiosos y hasta equipos deportivos entendieron, de mala manera, que no son atractivos para las nuevas generaciones.
El pragmatismo es dominante sobre los viejos ismos en la era digital de la inmediatez, ya la pertenencia no es necesariamente física; ahora se pertenece a comunidades online con miembros del mundo entero.
Los políticos no han entendido la necesidad básica de pertenencia, y se debaten en discusiones de poder que solamente alejan a quienes ya no creen en ideologías o grupos tradicionales. En el planeta, organizaciones centenarias se quedan sin adeptos.
La necesidad de pertenencia es inherente a los seres humanos, la eterna búsqueda de la felicidad depende de ser parte de grupos, tribus o pandillas, donde se cree que dan cariño, protección y amistad.
El sistema educativo, en franco deterioro, y la familia, con sus dos necesidades básicas insatisfechas, configura una nueva sociedad donde la violencia se va aceptando como inevitable. Los grupos criminales usan este entorno como oportunidad para sus negocios y suplen lo que la sociedad abandonó en manos de políticos sin escrúpulos que solo procuran satisfacer sus deseos de poder.
En la cúspide de la pirámide, están las necesidades de estima y realización, muy ligadas a la necesidad de pertenencia, que es como las personas desarrollan autoconfianza, respeto, reflexión y creatividad.
Una sociedad que abandonó a su suerte la educación y la cultura solo puede cosechar violencia y corrupción.
El autor es educador.