Un cura del pueblo despidió al creador de esa obra de arte llamada parque de Zarcero. Este artista popular tenía 52 de estar dedicado a crear y cuidar su obra. Gracias a ello, ese parque no es un parque de pueblo, sino una obra de arte y una atracción turística de rango internacional.
Dice la Iglesia que el cura de pueblo despidió a don Evangelista Blanco porque estaba enfermo y mal de la vista. Agrega el obispo Ángel San Casimiro que es mejor prevenir que lamentar un accidente del artista, lo cual si sucediera, generaría un elevado costo para las Temporalidades de la Iglesia. Es decir, ¡hay que cuidar la platita!
Sin embargo, como en todo en la vida, también en este caso las formas cuentan: no estaban despidiendo a un empleado cualquiera; estaban haciéndolo con el creador de una obra de arte construida y cuidada a lo largo de más de cinco décadas, en terrenos de la Municipalidad de Alfaro Ruiz y, más tarde, previo litigio, de las Temporalidades de la Iglesia católica.
No lo despidieron, tampoco, por causa justa, sino, tal cual lo admite la Iglesia, por unilateral voluntad del patrono. ¿Era necesario, para ejecutar esa voluntad del patrono tratarlo como a un ladrón? Si la preocupación era por su salud, ¿no era posible contratar un asistente que realizara bajo su dirección las tareas más riesgosas en lugar de desecharlo como a un inútil? Desde luego, le deberán cancelar sus derechos laborales, faltaba más.
Material artístico. ¿Pero quién le va a pagar a don Evangelista sus derechos patrimoniales y morales sobre la obra construida? La obra está ahí arraigada al suelo de un terreno propiedad de la Iglesia, pero para que la obra sea también de la Iglesia, esta deberá pagarle a don Evangelista –el autor– los derechos patrimoniales de su obra y reconocerle, inequívocamente, los derechos morales o, en su defecto, indemnizarlo por ellos.
De lo contrario, la Iglesia no podrá tocar esas obras, ni modificarlas, ni explotarlas en ninguna forma, pues estará modificando, o explotando, una creación de la que no es dueña, sino un tercero que tiene legítimos derechos sobre ella, entre ellos, su no alteración por parte de terceros así sean estos los dueños del terreno sobre el que está construida.
En este caso, la Iglesia, además de mostrar una de sus caras más desagradables –despedir de malas formas a una persona buena y trabajadora– podría tener que pagar a don Evangelista mucho más por concepto de derechos de autor de lo que podría haber desembolsado si el trabajador sufre una caída que, en todo caso, pudo perfectamente haberse producido en las más de cinco décadas en que laboró ahí.
Yo estoy seguro de que si el papa Francisco hubiese debido manejar esta situación, lo habría hecho de manera muy distinta, quizá con mucho más respeto para don Evangelista, con un actitud mucho más cristiana y pensando más en lo que este artista le deja a la Iglesia que en las temporalidades de esta. ¡Pobre Francisco, con los bueyes que tiene que arar!
El autor es abogado.