La Casa Blanca divulgó, el viernes de la pasada semana, una nueva “Estrategia de seguridad nacional”, en la que se combinan un sentido de renovada fortaleza sobre sus recursos, marcada sobriedad sobre sus objetivos y cuidadoso equilibrio en los instrumentos para alcanzarlos.
Quien lea el texto para buscar revelaciones o rupturas, se sentirá defraudado. Al contrario, sus 29 páginas están dedicadas a articular y dar sentido de coherencia a una serie de percepciones, análisis, objetivos, decisiones y contenciones que se han manifestado en años recientes.
Más aún, varios de sus elementos esenciales fueron expuestos por el presidente, Barack Obama, a finales del pasado mes, cuando presentó su informe anual al Congreso.
Visión optimista. Tanto su discurso como el nuevo documento exudan optimismo sobre el acervo de recursos con que hoy cuenta Estados Unidos para proyectarse hacia el mundo. Se trata de una visión –y realidad– muy distinta de la prevaleciente cuando se publicó la anterior Estrategia, en mayo del 2010.
En ese momento, el país aún penaba trabajosamente por superar los peores efectos de la crisis financiera desatada en el 2008. El crecimiento era magro, el desempleo no lograba bajar, más de 100.000 soldados estadounidenses combatían en Afganistán e Irak, y Obama aún no había logrado materializar ningún proyecto clave de su agenda doméstica. La palabra de orden, en muchas discusiones sobre política exterior, era decadencia .
Hoy –en palabras de Obama– “Estados Unidos está más fuerte y mejor posicionado” que en cualquier otro momento de su administración para ejercer el liderazgo global que le corresponde. La crisis económica ha sido superada, el crecimiento excede el de cualquier país desarrollado, su producción energética está en niveles récord, el liderazgo en ciencia, tecnología e innovación es sólido, la mayor parte de las tropas están en casa, y la tonificación y alcance de su músculo militar no tienen paralelo en el mundo.
Sobre esta declaración de fortalezas reactivadas, la Estrategia se dedica a hacer lo que su nombre indica: establecer un conjunto de objetivos, vincularlos con los recursos disponibles y sistematizar las acciones necesarias para alcanzar esos fines en el contexto del mundo actual.
En el núcleo de sus metas están resguardar los intereses de Estados Unidos y sus aliados ante los riesgos, las agresiones y la inseguridad; impulsar valores universales coincidentes con los propios, y propiciar un orden internacional justo, estable, próspero y, por supuesto, favorable al país.
Se trata de un listado que, aunque breve en sus componentes, es amplio en sus posibles extensiones e interpretaciones. Por tanto, otorga gran margen de discreción a los decisores, en particular al presidente, como comandante en jefe y responsable directo de la política exterior.
La estrategia define el contexto internacional como “fluido”; por tanto, abierto a desafíos, posibilidades, desarrollos y respuestas dispares.
Mesura y prudencia. En la lista de retos aparecen, con prominencia, las facetas múltiples del terrorismo y los riesgos –potencialmente catastróficos– que plantea para Estados Unidos y sus aliados; la posible proliferación de armas de destrucción masiva; la inestabilidad en el Medio Oriente y el norte de África; la destructividad de los ataques cibernéticos; las agresiones rusas; los impactos acelerados del cambio climático, y la erupción de enfermedades infecciosas.
Resulta curioso, pero no sorprendente, que, mientras a Rusia la define como una fuente de agresión, en China identifica un poder emergente con “un alcance de cooperación sin precedentes”, ante el cual, además, hay que demostrar modulada firmeza.
Las oportunidades globales que menciona incluyen un mayor dinamismo del comercio internacional; el virtual relanzamiento de las relaciones con la India; el potencial de los jóvenes y las mujeres como agentes de cambio; el desarrollo del África subsahariana; la extensión de las alianzas, y la profundización de las relaciones económicas y de seguridad con el resto de los países de América.
“La pregunta no es si Estados Unidos debe ejercer su liderazgo, sino cómo debe hacerlo”, escribe Obama en la presentación del documento. La respuesta: con todos los recursos a su disposición, pero con un cuidadoso sentido de prioridades, y prudencia en el uso de cada instrumento. Al ampliar al respecto, la sobriedad se hace manifiesta.
La acción militar unilateral queda reservada para proteger los “intereses medulares” del país; su uso será “selectivo” y “basado en principios”. Más allá de estos casos, el repertorio de opciones incluye la acción colectiva; el reforzamiento y renovación de alianzas; la cooperación para el desarrollo; el impulso a los tratados Transpacífico y Trasatlántico de libre comercio e inversión; la creación y apoyo a “reglas, normas e instituciones” claves para la paz, el desarrollo y la estabilidad, y la mejora en la seguridad energética de Europa.
Parte de la concepción general que revela el documento es la de un Estado que prefiere actuar como “movilizador” de coaliciones para alcanzar sus objetivos.
Atrás queda el impulso de sembrar democracia en los terrenos más áridos. En su lugar, el documento opta por “impulsar” a los países donde está germinando, o que “se están moviendo en la dirección correcta”. Advierte que la “posición de fuerza” en que se basa el liderazgo estadounidense no debe conducir a la pretensión de “dictar la trayectoria de todos los acontecimientos que se manifiestan alrededor del mundo”. Desestima, además, reaccionar por miedo en forma desproporcionada, y se inclina por una visión de largo plazo al enfrentar los riesgos y potenciar las oportunidades.
Balance acumulado. Mucho de esta “película” se ha estado proyectando en años recientes; en particular, la reticencia de Obama a usar unilateralmente la fuerza militar y su preferencia por construir coaliciones y depositar en actores regionales un mayor peso de los compromisos y la acción. Ahí están, como ejemplos, la intervención de la OTAN en Libia, previa autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la indecisión ante Siria y la ofensiva multinacional contra el Estado Islámico. La eliminación de Osama Bin-Laden, en cambio, sí fue una operación unilateral, en la que estaban de por medio los intereses centrales del país.
La Estrategia también da énfasis al uso de la diplomacia y a la construcción de un “orden internacional” basado en reglas. En este ámbito, sin embargo, Estados Unidos exhibe un gran “talón de Aquiles”: el rechazo del Senado –ahora más intenso por su mayoría republicana– a aprobar convenios internacionales. Por ejemplo, el país no se ha adherido a la Corte Penal Internacional, y no ha ratificado la Convención sobre Municiones Racimo, el Tratado que prohíbe los ensayos nucleares, ni la Convención de Derechos del Mar. La actual Administración, sin embargo, ha hecho lo posible por contribuir a la implementación de estos instrumentos. También el Senado se ha negado a abrir el camino al Ejecutivo para la necesaria reforma del Fondo Monetario Internacional (FMI)
Desde el abordaje internacional, Obama también promueve su agenda nacional: para proyectar poder hacia afuera, nos dice, hay que desarrollarlo hacia adentro. A partir de este argumento, insiste en la necesidad de la reforma migratoria, de un sistema de salud más extenso y accesible, mejor infraestructura, mayor inversión federal en investigación científica, la expansión de la red de cuidados infantiles y un acceso más abierto a la educación superior. El documento es, también, casi una proclama de política local.
Para impulsar su visión estratégica, Obama deberá sortear varios desafíos. No puede ser de otra forma. Uno será lidiar con un Congreso controlado por los republicanos; otro, adaptar el curso de las prioridades, las acciones y hasta los valores a cambiantes circunstancias.
La conceptualización de cualquier estrategia es, en esencia, un ejercicio intelectual controlado; su aplicación, un reto abierto a las influencias de actores autónomos y hechos imprevistos. El planeamiento siempre será esencial; el arte de su aplicación, indispensable.
El autor es periodista.