Desde infantes, hemos aprendido que la moral viene de la religión. Muchas personas afirman esto debido a que en todas las religiones conocidas existen reglas morales de carácter universal: no matarás, no robarás, no mentirás, etc. Sin embargo, al experimentar con nuestros instintos prosociales, las neurociencias –especialmente la neuroética– y la biología evolutiva han demostrado que existen instintos universales naturales en el Homo sapiens sapiens, los que han contribuido a su supervivencia en la Tierra.
En los escritos de Charles Darwin ya aparece la tesis de que los humanos tenemos “instintos morales” porque somos animales gregarios. Ante las explicaciones religiosa, cultural o historicista del origen de la moral, Darwin propuso como alternativa la similitud que existe entre las relaciones del Homo sapiens sapiens y los animales superiores, en especial los primates: unos y otros tienen algunos instintos comunes.
La concepción de Darwin sobre el origen de la moralidad demostró que no existe contradicción entre el origen animal de los humanos y las características que los convierten en un agente moral. El argumento de la ascendencia común queda contrastado en términos evolutivos generales, y también en los procesos psicológico y afectivo del ser humano.
Instintos sociales. Este tipo de parentesco entre humanos y animales cree haberlo demostrado Darwin cuando afirmó: “El hombre y los animales superiores, en especial los primates, tienen algunos instintos comunes. Todos poseen los mismos sentidos, intuiciones y sensaciones; sienten pasiones parecidas, afecciones y emociones, aunque sean tan complejas como los celos, la sospecha, la emulación, la gratitud y la generosidad; practican el engaño y la venganza: están expuestos al ridículo, incluso tienen sentido del humor; sienten admiración y curiosidad; al mismo tiempo poseen las facultades de imitación, atención, deliberación, elección, memoria, imaginación, asociación de ideas y razón, aunque en grados muy diferentes” (El origen del hombre y la selección en relación con el sexo).
A su vez, en su libro Ética y concepción materialista de la historia (1906), el economista Karl Kautsky sostuvo las tesis morales que Darwin ya había formulado. Kautsky reduce el origen de la moral a una expresión de los “instintos sociales” explicables en sentido darwiniano.
Kautsky argumenta que tenemos instintos individuales (como el de la conservación de nuestra vida y el de la reproducción); pero también existen instintos sociales (como los de ayuda y sacrificio). Unos y otros pugnan entre sí en nuestra especie. Sin embargo, los instintos sociales generan sentimientos de culpa cuando no cooperamos con nuestro grupo, por lo que podríamos recibir censura a causa de nuestros actos egoístas.
El biólogo Edward Wilson, en su libro Sociobiología (1975), afirmó que la ética debe pasar del ámbito filosófico al biológico. Esta tarea ha sido realizada en los últimos años por biólogos evolutivos, filósofos de la biología y primatólogos.
Selección darwiniana. En su libro La mente moral (2008), Marc Hauser, biólogo evolutivo de la Universidad de Harvard, lanzó la hipótesis de que el cerebro tiene un mecanismo genético para la adquisición de reglas morales, parecida a la tesis de Noam Chomsky (lingüista que propuso el “innatismo lingüístico”). Según Hauser, los humanos aprendemos la moral en la misma forma como somos capaces de desarrollar el lenguaje: por medio de una estructura cognitiva innata.
Sostiene Hauser: “Nacemos con un instinto moral, una capacidad que crece de forma moral en cada niño, desarrollada para generar juicios rápidos sobre lo que es correcto y lo que es incorrecto, y basada en unos procesos que actúan de forma inconsciente. Parte de este mecanismo fue diseñado por la mano ciega de la selección darwiniana millones años antes de que nuestra especie evolucionase”.
Desde el punto de vista de la psicología evolutiva, se sostiene la hipótesis de que, como el resto del cuerpo, la mente responde a una evolución que incluye rasgos de la personalidad, como las relaciones de pareja o el ascenso social; incluso, muchos valores morales responden a criterios de la selección natural.
Por aquel motivo, la moral es un resultado de un conjunto de relaciones químicas en los genes, seleccionados por diferentes necesidades evolutivas en el entorno físico. Debido a la causa y al efecto de las mutaciones genéticas y de la selección natural, pueden explicarse sentimientos como el amor o el odio, que detonaron valores como la generosidad, la honestidad, la justicia y la fidelidad, o antivalores, como la envidia.
Primero fue la moral. Uno de los científicos más destacados que se ha dedicado al estudio de este tema es el primatólogo holandés Frans de Waal. Él afirma que los primates superiores deben variar su comportamiento de diversas formas para poder convivir en grupos.
Si observamos detalladamente la conducta de muchas especies animales, comprobaremos que la cooperación y el sacrificio por la comunidad son la norma más que la excepción. “Muchos de los patrones que consideramos ‘morales’ vienen de la evolución de las especies”, explica De Waal en una entrevista con BBC Mundo. Basado en trabajos experimentales, De Waal afirma que lo que los humanos denominamos “moral” está más emparentado con el comportamiento social de los primates que con una imposición religiosa o unos criterios socioculturales.
Así, en su libro El bonobo y los diez mandamientos: En busca de la ética entre los primates, De Waal arguye que la moral humana no se deriva de la religión y que es una cualidad innata. En otras palabras, la religión no nos proporcionó la moral, sino que se estableció sobre un sistema moral preexistente que regía el comportamiento de nuestra especie desde antes.
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De Waal insinúa que las religiones “surgieron para vigilar e imponer el comportamiento ético en sociedades grandes donde el contacto [inmediato] entre individuos ya no era suficiente para lograr este objetivo” (“El origen de la ética está en los simios”. Entrevista con El Mundo, Madrid, 2014). Por tanto, se desprende de estas teorías que la moral es anterior a la religión, y no al revés, como usualmente se nos ha enseñado.
Los conservadores religiosos han querido imponer sus reglas de comportamiento moral y su “moral sexual”, que termina siendo represiva. En cierto modo, la moral no viene del cielo, sino que bajó de los árboles. Suponer que uno o muchos dioses son el origen de la moral, resulta una ilusión.
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El autor es profesor de Filosofía.