Uno de los testimonios que nos legó la Antigüedad clásica a favor de la educación es el del pedagogo Quintiliano, uno de los inspiradores de la educación humanística.
Quintiliano se rebeló contra las visiones fragmentadas y desconectadas. Decía que todo el actuar de la persona debe estar inspirado y orientado por la virtud como fin de la educación. Influido por Aristóteles, Platón y Cicerón, hablaba de la hegemonía ética, una fuerza superior que jerarquiza e integra el desarrollo y cultivo del conocer y querer. La inteligencia y la voluntad deben impregnarse de rectitud y honradez.
Para Quintiliano, la naturaleza es razón y elocución. Según su perspectiva pedagógica, la persona se perfecciona a través de la dialéctica y la retórica: diálogo, argumentación y discusión, es decir, la persuasión a través de la palabra. Esta convicción se apoya en aspectos como la justicia y la verdad. El protagonismo de la ética y las humanidades favorece el arte de educar.
Quintiliano afirmaba que dentro de los principios que rigen la educación está la estrecha colaboración entre padres y maestros. Los adultos que estarán en contacto con los infantes deben elegirse con extremo cuidado. El primer requisito para ser maestro es de orden moral, es decir, dar ejemplo.
La educación en los primeros años tiene una importancia singular, pues es cuando se desarrollan los hábitos, tanto intelectuales como morales. Prescindir de la formación en los primeros años significa hipotecar el porvenir. Los niños se inician en la observación, la discusión y el juicio crítico, por tanto, hay que estimular su ingenio, sus ideas y la comprensión de lo que leen. Fomentar su pasión por el conocimiento.
La diversidad de materias es necesaria porque no se construye en abstracto. La exigencia física y el esfuerzo intelectual necesitan trabajo y descanso. El ocio es también un espacio enriquecedor porque los niños requieren moverse en un ambiente de alegría y esperanza.
La educación es un pilar de desarrollo. Tenemos la capacidad de recuperar este patrimonio, pero el futuro demanda hábitos intelectuales y compromisos sociales para realizar los cambios requeridos. De estas dos actitudes va a depender la toma de decisiones y la ejecución de proyectos en todos los ámbitos: sanitario, político, económico, comunicativo e investigativo.
Es preciso recuperar la confianza en las personas e instituciones que lideran la educación. Tenemos el deber cívico de volver a ser un gran referente educativo. Los problemas complejos requieren la colaboración de todos: gobierno, instituciones, empresas y ciudadanía.
Necesitamos una visión compartida, no polarizada ni unilateral. Por encima de todo, se necesita la colaboración de padres y profesores para volver a poner a la persona en el centro de la educación, para educar integralmente. Solo por medio de la educación el país se abrirá a un diálogo social que impulse la comprensión y solución conjunta de los problemas que atravesamos.
La búsqueda de respuestas debe ser conjunta. La realidad global es compleja. Se dice que sostenible es aquello que permanece a pesar de los embates del tiempo y las cambiantes circunstancias de la historia. Aquello que asegura las necesidades del presente sin comprometer las del futuro.
Un país que cae en manos de la corrupción se desploma. No es sostenible una democracia sin educación, porque la educación condensa los ideales de una nación. La corrupción es como Cronos, que devora a sus propios hijos por temor a ser destronado por ellos.
La autora es administradora de negocios.
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Inspirado por filósofos como Aristóteles y Platón, Quintiliano abogó por una educación ética y humanística.