En el ensayo “La barbarie del ‘especialismo’”, más allá de los conceptos de “masa” y el “hombre masa”, tal vez muy fuertes y un poco groseros para algunos, Ortega y Gasset criticó el ascenso del hombre de ciencia a lo más alto de la pirámide social, pero reprochó que este ser, aparentemente superior, no fuera más que un sujeto con un muy estrecho campo visual capaz de saber todo sobre un mínimo rincón del universo, pero ignorante del resto.
Pareciera que el Ejecutivo nos quiere llevar, como sociedad, hacia ese “especialismo”, en el que las áreas STEM (ciencias, ingenierías, tecnología y matemáticas, por su sigla en inglés) deben ser las prioritarias.
En la presentación de los indicadores con fecha de corte en el 2022, que realizó el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Telecomunicaciones (Micitt), el 12 de diciembre, Stephan Brunner, vicepresidente de la República, criticó la investigación que llevan a cabo las universidades públicas, cuestionó los campos a los cuales se les presta atención y la inversión en ellos con los recursos del Fondo Especial para la Educación Superior (FEES).
Brunner se tomó la libertad, incluso, de sugerir una forma de decidir qué investigar y en qué invertir, y cómo se debe distribuir el dinero universitario.
Repitió, además, el estribillo “aquí lo importante es lo que el gobierno dice, no lo que las universidades piensan”. Por si no lo notaron, cabe destacar la sutileza en las palabras “el gobierno dice” y “las universidades piensan”. Hay una enorme diferencia entre lo uno y lo otro, porque la distancia entre el gobierno, un ente, y los otros es más que superlativa.
Autonomía y libertad de cátedra
De forma explícita, Brunner se refiere a violar la Constitución Política cuando pretende interferir en la autonomía universitaria; la que tanto le incomoda. Procura, además, ignorar la libertad de cátedra.
Revisar la historia de lo que significó la consolidación de esta libertad para sacarla de las manos de la política de gobernantes o grupos hegemónicos que ostentan el poder no les haría mal a los del gobierno. En la de menos, quizás, este sea el quid del asunto: es mejor no saber.
El presidente Rodrigo Chaves Robles ha expresado con insistencia que las carreras STEM deben ser la prioridad, pero siempre es un discurso y no acciones. Más que eso, menospreció la importancia de las ciencias sociales en su conjunto.
Cuando el mundo se hunde en guerras insensatas por arrogancia, fanatismo o avaricia, y cuando el mundo camina indolente, pero a paso firme, hacia el despeñadero del calentamiento global, con amplio aporte antrópico, hay personas que creen que las materias STEM son la respuesta a todo, pero no, es todo lo contrario.
Labor universitaria
Hoy más que nunca deberíamos volver la mirada a algo tan antiguo y ancestral como la filosofía, porque lo que vivimos es una profunda crisis moral y ética. ¿De qué valen la ciencia y la tecnología capaces de producir alimentos para todas las personas si no hay una distribución justa? ¿Qué sentido tiene contar con tratamientos o vacunas contra algunos cánceres si benefician solo a los más ricos de entre los ricos? ¿Qué valor tiene saber los más ínfimos detalles del calentamiento global y sus consecuencias si quienes más aportan a su ocurrencia esquivan su responsabilidad y, más bien, la factura se la pasan a los demás? ¿De qué sirve producir tecnología para alargar la vida cuando insensatas guerras acaban con la vida de millones de personas? ¿Qué sentido tiene producir más riqueza si se concentra en muy pocas manos y la miseria crece incesantemente? La lista de sinsentidos es casi infinita. A la ciencia le falta más humanidad, sin duda.
Lo que el gobierno dice que las universidades públicas deben investigar prioritariamente lo es, pero no lo es todo. Quizás el problema esté en descalificar las otras áreas del saber y del ser, como filosofía, literatura, danza, artes plásticas, música o teatro.
Las universidades públicas se guían por el Plan Nacional de Desarrollo, acreditan sus carreras en entes internacionales, concursan por fondos nacionales e internacionales y son y seguirán siendo la punta de lanza de la innovación, investigando, trabajando con las comunidades y formando miles de profesionales en la totalidad de las áreas del saber. No es una ocurrencia, un capricho o un arrebato: del diagnóstico surgen los planes.
No hay conocimiento descartable o ciencia inútil. Los invitamos a leer el libro La utilidad de lo inútil, del profesor y escritor italiano Nuccio Ordine, y, de paso, la Constitución Política.
Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario y profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR.
Agustín Gómez Meléndez es estadístico e investigador del Centro de Investigación Observatorio del Desarrollo de la UCR.