Siendo el Evangelio de Marcosel más antiguo (70 d. C.), vale la pena retomar lo que no fue Jesús a partir de este (y los canónicos). Como dijera el teólogo E. Schillebeeckx, quizás ya no vale la pena la piedad simple sin el trabajo científico de exégesis y sus métodos críticos. De momento, hay que dejar de lado lo que dicen los Concilios (Nicea y Calcedonia, por ejemplo, cristológicamente joánicos en detrimento de los sinópticos) sobre Jesús, pues sus tesis son meramente dogmáticas, es decir, intencionadas falsedades históricas.
Lo que no fue Jesús. Jesús profesó una estricta fe monoteísta judía, la cual jamás lo llevaría a la idolatría de creerse a sí mismo Dios. Esto es, Jesús nunca se autoproclamó Hijo de Dios ni fue el Hijo de Dios físicamente real (Mc 1,1). No bautizó “en el Espíritu” (Mc 1,8), aunque lo haya hecho en algunos momentos en abierta competencia con Juan (Jn 4,1-2). No hubo una teofanía del bautismo (Mc 1,9-11), lo cual enmarca a Jesús en el bautismo y en el pensamiento judío de Juan, en un primer momento.
Más aún, en los evangelios el Bautista duda de la mesianidad de Jesús, mientras que Juan [mencionado por Flavio Josefo (Antiguedades de los judíos XVIII, 5,2)] representa un mesianismo radical, marcadamente apocalíptico (Mt 11,12). Tampoco sostuvo la necesidad de que el Hijo del Hombre (como figura mesiánica) padeciera, muriera y resucitara (Mc 8,31). Por ende, no instauró un nuevo mesianismo, sino que mantuvo su misión en el marco de la religión judía: Israel, el pueblo elegido, llamado a instaurar una teocracia regida por el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Aunque Jesús no fuera un hombre de armas, su mesianismo (con rasgos de violencia: Mc 11,15-17; Jn 18,3-12; Mt 26,53; Lc 6,15; Lc 22,49 y 23,35-38, y ciertos dichos del Nazareno que evocan el uso de armas entre sus discípulos, los cuales confirman la hipótesis del Jesús sedicioso, mientras que la hipótesis contraria no puede explicar jamás este vastísimo patrón de convergencia) iba acompañado de la lucha antirromana y muchos de sus seguidores estaban armados y dispuestos a presentar resistencia armada.
No declaró lícito pagar tributo al César (Mc 12,12-17). Expresada con prudencia, mantuvo una “insumisión fiscal”. No destruyó el sistema sacrificial del Templo y de expiación propio de su religión judía, luego no instituyó la eucaristía (Mc 14,22ss). Ni resucito ni ascendió a los cielos (Mc 16,9ss y Lucas), esto es materia de fe, nada más.
Como se desprende de Hechos 1,12-15, los judeocristianos de Jerusalén no consideraron que la muerte en cruz del Maestro fuera un sacrificio universal y menos el vicario de expiación de los pecados de toda la humanidad, ya que los pecados se expiaban continua y fácilmente en el judaísmo sin necesidad de que la divinidad sacrificara a su hijo.
La muerte de Juan Bautista y Jesús. Algunos –negándose a aceptar el peso de los textos bíblicos– abrigan la idea de que tanto Juan Bautista como Jesús fueron asesinados injustamente por el poder político. El Bautista anunciaba la inminencia del Reino y sabemos por Flavio Josefo que Antipas estaba cansado de sus encendidas y enardecidas palabras y por ello lo hizo matar. El Bautista fue decapitado, ejecutado solo, no predicó pretensiones regio-mesiánicas, no tuvo discípulos armados y no protagonizó actos violentos. Pero, en el caso de Jesús, los datos abundan y la crucifixión no es un malentendido ni arbitraria: le sucede por sedición (si alguien merece legalmente o no la crucifixión, es otro asunto).
Además de la ejecución, tenemos el punzante titulus crucis como “Rey de los judíos”, la crucifixión fue colectiva, la promesa de Jesús a sus discípulos de que juzgarían (regirían) a las tribus de Israel, la violencia en el templo y en Getsemaní, el compromiso de varios de ellos a morir con Jesús, la creencia de que Jesús iba a liberar a Israel (Lucas y Hechos), el enfrentamiento mortal entre Jesús y Antipas, en Lucas los cargos sobre la actividad subversiva, el discurso de Gamaliel en Hechos 5,34-39 comparando al movimiento de Jesús con el de Judas el Galileo y Teudas, en Jn 11,47-50 se indica que si se deja a Jesús vendrán los romanos y destruirán a la nación, las espadas entre los discípulos o la orden de adquirir espadas entre los discípulos en Lc 22,36, o la presencia de una cohorte (500 soldados) en el arresto de Jesús en la Pasión según Juan, o quien quiere seguir a Jesús debe tomar su cruz, es decir, morirá crucificado acusado de sedición, etc. Pero claro, todo esto no tiene que ver con la política romana.
El salto del Jesús al Cristo de la fe paulino le da un matiz híbrido y ambiguo ideológicamente a la religión cristiana, y es la clave principal para mantener la eficacia de su poder institucional. En consecuencia, la Iglesia (jerárquica y milenaria) ha funcionado en Occidente como poder de estabilización social y de legitimación ideológica, esto es, dominación política con confirmación divina.