Para que la ciudadanía crea en sus gobernantes es indispensable que sus acciones se orienten hacia objetivos concretos, que el presidente de la República sepa rodearse de excelentes colaboradores y, especialmente, que haya coherencia entre el discurso y la acción, entre el dicho y el hecho.
Claridad sobre el rumbo que se le desea dar al país, la formación de un equipo idóneo y las actuaciones coherentes con las promesas formuladas, son los ingredientes necesarios para que los proyectos del gobierno logren el apoyo popular y para que la gestión de un gobernante pueda ser exitosa.
Pero, precisamente, la falta de rumbo, un equipo inexperto y, fundamentalmente, la inconsecuencia entre lo que se dijo y lo que se hace son las causas del descrédito del presidente, Luis Guillermo Solís, y de su gobierno, evidenciado un día sí y otro también por las encuestas de opinión pública y por las manifestaciones de los ciudadanos en los medios de comunicación y en las redes sociales.
Desencanto. Si la ausencia de un planteamiento programático claro y la impericia o incompetencia del equipo producen incertidumbre e inseguridad en la ciudadanía, la incoherencia entre palabras y acciones, entre lo que se dice y lo que se hace, es causa de perplejidad, desencanto, desinterés y malestar, lo que se constituye en tierra fértil, en caldo de cultivo para el discurso de la antipolítica y la escalada de los demagogos y populistas, sean estos de izquierda o de derecha.
Los efectos de la incoherencia en la política, de actuar y obrar de forma inconsecuente con el discurso y con los principios e ideales que se dicen sustentar, de decir una cosa y hacer otra, son graves y perjudiciales por cuanto contribuyen al deterioro de la confianza del pueblo con respecto a sus dirigentes, fomentan la suspicacia, el desinterés y la apatía hacia la política, incrementan los problemas de gobernabilidad y producen el descrédito de nuestro sistema democrático.
Este deshonesto comportamiento de los dirigentes políticos menoscaba la credibilidad de sus propios liderazgos y es la razón por la que se les tiene en baja estima y se les percibe como hipócritas y demagogos, carentes de ética y moral.
Desprestigio. Pero, además, la incoherencia es una actitud imperdonable porque le ocasiona un gran desprestigio a la política, pues es la causa de que esta sea considerada como una actividad en extremo perversa y no como “la más noble de las actividades humanas”, como la definiera san Agustín, o como el quehacer que se ocupa de elevados y nobles propósitos, como son el bienestar de la persona humana y la creación del conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos su libre y pleno desarrollo.
El desprestigio de la política impide que la gente aprecie y valore el trabajo de armonización de las relaciones humanas que realiza esta actividad y la tarea de los políticos de reconocer y promover los derechos de todos.
La incoherencia del dirigente político se pone en evidencia cuando sus ideas y su discurso se confrontan con sus actos, cuando las actuaciones asumidas en el ejercicio de una posición de poder, de un cargo público, resultan contrarias a su prédica.
Las contradicciones entre lo que se dijo antes en campaña con lo que se hace después desde el Gobierno son la razón principal del deterioro de la imagen de un líder político y de la valoración negativa sobre su gestión.
Sin cambio. El presidente Solís y el Partido Acción Ciudadana (PAC) sufren hoy la repulsa popular precisamente por la falta de coherencia entre su discurso de campaña y la labor gubernamental, pues mucho de lo que dijeron que harían no lo han hecho, y muchas cosas que antes condenaban con rigurosidad y que prometieron no hacer, hoy las están haciendo igual, sin ruborizarse siquiera.
La promesa de un “cambio” y el compromiso de gobernar con el “mejor equipo”, formulados por Luis Guillermo y el PAC lograron ilusionar y crearon una gran expectativa que no han podido satisfacer, porque ya en el ejercicio del poder se dieron cuenta de “que no es lo mismo verla venir que bailar con ella”.
Así, la impericia e incoherencia demostrada por el presidente y sus colaboradores en estos veintiséis meses de gestión han hecho que la euforia y el optimismo se hayan convertido en desencanto y decepción, lo que sin duda alguna afecta negativamente la valoración de los ciudadanos sobre la política, al igual que la credibilidad de estos en sus gobernantes y su confianza en la democracia.
El autor es exembajador.