Una buena cantidad de las partes necesarias para construir un teléfono celular provienen de fuentes dañinas para el medioambiente, entre ellas, principalmente, las obtenidas de recursos fósiles, y las baterías, amén de la huella total en el proceso de construcción de cada aparato.
Como un ejercicio mental, supongamos que se pudiese fabricar un teléfono celular con partes de procedencia mucho menos perjudiciales para la naturaleza y la huella de construcción fuese 10 veces menor, pero su precio de mercado superaría cuatro veces el de los aparatos actuales.
Ni siquiera los ambientalistas más entusiastas lo comprarían, porque quien regula la utilización de los productos y procesos para la fabricación de bienes es el mercado, no idealismos ni romanticismos.
Lo mismo sucede con la energía. El mercado dicta el precio y este, a su vez, indica qué tipo de energía se utilizará para elaborar los bienes y su origen.
En los Estados Unidos, por ejemplo, más del 60% es a base de carbón, posiblemente la más contaminante. China no anda lejos de ese porcentaje, y el carbón representa el 27% de la energía primaria mundial, aparte de que los sistemas de transportes en el planeta se mueven con combustibles fósiles.
La migración a energías de otras fuentes será posible cuando esas otras fuentes produzcan en abundancia, de manera firme, es decir, segura en términos de disponibilidad permanente y asequible para todos. En otras palabras, es un asunto estrictamente de mercado.
El reactor termonuclear experimental internacional (ITER, por sus siglas en inglés) que construyen en Francia 27 países de las economías más prominentes del orbe será sin duda el punto de inflexión en el uso de energías, y marcará un antes y un después, no solo en cuanto al uso de energía limpia, sino también en el desarrollo de la humanidad.
La gran disponibilidad de energía barata dará impulso a proyectos que hoy son imposibles como consecuencia del límite que impone el precio de la energía.
Tengo gran esperanza y emoción en la inauguración del ITER a finales del 2026, la fusión nuclear que verdaderamente nos llevará a la utilización de vehículos eléctricos, que serán la norma a partir de esa fecha, y a la eliminación del uso del carbón, el gas natural y los combustibles como fuentes de energía.
Gradualmente, también, se irán construyendo menos generadoras hidroeléctricas y plantas solares a medida que el ITER se replique en el mundo.
No son idealismos lo que cambia el rumbo de la humanidad, es la ciencia.
El autor es físico.