Un paso más en innovación y cambio en la cultura universitaria fue la primera defensa de una tesis doctoral por medios virtuales.
El viernes 17 de abril Mauricio Arroyo Herrera presentó su investigación ante el tribunal examinador del doctorado en Gobierno y Políticas Públicas, de la Universidad de Costa Rica, del cual formé parte.
Entre otros ajustes y cambios logísticos, Internet de elevada velocidad, el manejo de software y la firma digital de los miembros del tribunal son necesarios, así como grabaciones con la finalidad de que el sustentante y alguna de las partes tengan cómo respaldar sus reclamos a posteriori.

El acto puede parecer poco relevante, pues se han defendido otras tesis de licenciatura y maestría de forma remota en varias de nuestras universidades; sin embargo, cabe señalar que se trata de la defensa de un título del más alto nivel, de un cambio de formalidades establecidas desde la creación de nuestras casas de estudios superiores hacia una nueva cultura e institucionalidad.
Para llevarlas adelante, es indispensable la voluntad y el concurso de varios actores, como lo son académicos, administrativos y estudiantes.
Exogeneidad. La cuarta revolución industrial irrumpió en las sociedades hace años, sin darnos mucha cuenta.
Las tecnologías de la información y la comunicación son parte de nuestro diario vivir y las hemos integrado en las áreas de trabajo y la cotidianidad.
Escuchar música o informes noticiosos en nuestros aparatos electrónicos de la casa, del auto o del celular de forma gratuita era impensable hace unos años, pero hoy es usual para la mayoría de los ciudadanos.
Un ejemplo más dramático es cuánto ha aumentado nuestra confianza para llevar a cabo transacciones bancarias o usar las tarjetas desde la computadora o el teléfono.
La innovación, en general, enfrenta resistencia. Siendo rector, en el 2007, la Universidad Nacional fue la primera en Centroamérica en instaurar la matrícula en línea.
En esa oportunidad, personas y grupos se resistían al cambio y argumentaban la falta de computadoras, la necesidad de capacitación o la pobreza del estudiantado.
Me acusaron de querer imponer estándares de países ricos, de importar una cultura alienante del imperialismo y hubo alumnos que abogaron por mantener las enormes filas y largas horas de espera porque, según ellos, lo que pretendíamos era la desmovilización estudiantil, pues en las filas podían repartir panfletos y propaganda, y con la Internet no.
Hoy, nadie imaginaría matricular cada semestre haciendo fila y pasando por los trámites burocráticos de antes. Hoy, nos desesperamos si el sistema toma unos segundos más, aunque estemos matriculándonos al otro lado del mundo.
Factor acelerador. La aparición súbita del virus SARS-CoV-2 afecta toda forma de vida, causa desastres globales en la salud y la economía, pero también acelera transformaciones vinculadas a la robotización, la virtualización y el análisis de macrodatos, por citar solo unos pocos.
Clases, conferencias, seminarios, charlas, sesiones de trabajo y otros lógicos y propios de los procesos de enseñanza-aprendizaje están efectuándose de forma remota, utilizando todo tipo de plataformas tecnológicas que hasta hace unas semanas alguna gente se resistía a incorporar en su vida diaria.
La antigua desconfianza de hacer una transacción bancaria por medio de Internet la sufre modernamente una parte de las personas con quienes teletrabajamos porque se cree que al estar en la casa no se hace nada.
La realidad es que trabajamos jornadas mucho más largas y aprovechamos los tiempos antes consumidos por la congestión vehicular y los traslados.
Las especulaciones en contra de los empleados que se desempeñan usando sistemas remotos deben ser erradicadas y la confianza en una nueva forma de relacionarnos y de cumplir el trabajo debe prevalecer. Queda claro, de nuevo, que el cambio, ahora más que nunca, es la única constante.
El autor es exrector de la Universidad Nacional