Gracias al profesor Pedro Haba amanecí como discípulo de un oscuro filósofo: Confusio (así no más, con “s”). Los peligros de la doctrina confusionista han sido, por lo demás, expuestos cum grano salis por Haba, para quien mi artículo “Láscaris, Murillo y los antihegelianos” (La Nación, 15/11/2019) diluye las cuestiones de fondo más decisivas del debate. La lectura de su réplica me puso a reflexionar: ¿habré caído presa de la doctrina confusionista sin haberme percatado de ello?
Avatares del confusionismo. No objeto que exista una doctrina confusionista cuyos peligros, latentes o manifiestos, emplazan al exponente contagiado de sus efectos deletéreos en el predicado del cantinfleo argumental. Al parecer, el confusionismo funciona merced a la táctica oculta de la botellita de jerez: todo lo que digas, será al revés. Así, cuando denuncio la censura de facto (no ficticia) contra el pensamiento hegeliano, más bien argumento otra cosa. La implicación velada es que toda postura crítica del hegelianismo se convierte —por medio de los oficios de la botellita de jerez— en algo que no dije: criticar es eo ipso censurar. Mutatis mutandis, lo que supuestamente dije sin decir es que, dado que tal censura deviene oprobiosa, entonces la crítica es inválida per se.
A esto lo denomina Haba una seguidilla de dos non sequitur: la falacia de atinencia y la falacia de afirmar el consecuente. Empero, fueron precisamente los antihegelianos quienes, partiendo de una cosa (la charlatanería), aterrizaron en la otra (la censura). El agravio no me lo he imaginado. En arreglo con Haba, “consentir o coartar ciertas medidas no demuestra nada en cuanto a la perspicacia intelectual de una doctrina”. El punto de Constantino Láscaris y Roberto Murillo era, contrariamente, que la actitud de los antihegelianos demostraba demasiado: prejuicios tácitos que no pasaban el examen mínimo de la argumentación filosófica. ¿Deberíamos imponerles el marbete de pensadores confusionistas?
El otro yerro del confusionismo es la falacia de autoridad: asumir la verdad de la filosofía de un pensador partiendo del criterio de los efectos, recepción y resonancia de su pensamiento. Dado que, como sostiene mi crítico, la doctrina que sostengo me llevaría a reverenciar a priori al pensador alemán (“¡fama literaria manda!”), exijo de los detractores del santo de mi devoción conocimiento in toto de la obra que osan criticar. Esto no es del todo falso, pues ciertamente he demandado de los críticos cierto conocimiento respecto del objeto de sus infundios altisonantes.
El agradecimiento con que cierra Haba parece resumir el asunto de esta forma: por lo menos, el confusionista nos ha refrescado la memoria acerca de una escaramuza filosófica de hace medio siglo. Lástima que Popper, Albert, Topitsch y compañía ya hayan saldado el debate a favor de los antihegelianos. Y esto sin exhibir los argumentos, sino mediante la cita autoritaria de unos cuantos nombres.
El debate paleolítico. Haba tiene razón cuando sospecha que hay asuntos de fondo que quedan sin tratar. Pero tal es el sino aciago de un artículo breve publicado en la prensa, pues su carácter conciso no permite la profundización exigida. En un artículo especializado que aparecerá en pocos meses en una revista filosófica española, “Lógica y onto-lógica: Hegel y la filosofía analítica”, me ocupo de los avatares de la historia efectual del pensamiento de Hegel en la filosofía analítica. Resulta, en efecto, una ironía que sean precisamente filósofos analíticos quienes proclamen el retorno triunfante de Hegel, dado que el movimiento nació como una reacción a su pretendida metafísica.
De hecho, la influencia de Hegel en la filosofía analítica goza de una robusta salud. Rorty ha hablado de una rehegelianización de la filosofía analítica en manos de Quine, y hay una serie de autores que afirman que en la filosofía hegeliana se encuentran anticipos de la discusión analítica más actual en epistemología y lógica. Los alegatos de Haba son paleolíticos en el contexto actual, sobre todo si se toma en cuenta lo que Willem DeVries ha denominado recientemente Hegel’s Revival in Analytic Philosophy. Por lo demás, las escuelas de Pittsburgh y Chicago desde hace décadas han hecho del pensamiento de Hegel un elemento fundamental. En este respecto, Láscaris fue preclaro: “Me he preguntado algunas veces el por qué de los antihegelianos, y la única respuesta que encuentro es precisamente la importancia de Hegel”. ¡Fama manda!, nos espetará nuestro crítico. En absoluto, sino efectividad histórica: la misma que haría risible que argumentemos que Platón, Aristóteles y Kant perviven entre nosotros por meros manierismos publicitarios.
Este filósofo confusionista que ha sido amonestado por falaz repite lo dicho en el artículo original que provocó esta nueva escaramuza filosófica en La Nación: la situación actual confirma que Constantino Láscaris y Roberto Murillo estaban en lo cierto.
El autor es filósofo.