
Pocas cosas alegran tanto el corazón. Una de ellas son los amigos. Habitan en nuestros pensamientos. Afirman nuestras convicciones. Fortalecen nuestro camino. Acompañan nuestras primaveras y nuestros inviernos.
Esa presencia manifiesta su grandeza. Su mirada nos conoce. Su sonrisa anticipa nuestras palabras. Su ausencia es un retorno que se anhela. Los amigos no son un capítulo en nuestra vida. Son parte del argumento.
La amistad es un bien. El mayor de los bienes, según Dante. Así, explica Fernando Savater la bondad de este afecto: «No creo que hayamos nacido para las cosas, sino para los semejantes. La verdadera satisfacción, la alegría vital, tiene que ser algún tipo de relación con nuestros semejantes: una relación creativa, una relación armoniosa, una relación solidaria. Todo eso da sentido a la vida. La posesión de cosas, por muy bonitas, por muy caras, por muy interesantes que sean, nunca puede satisfacer absolutamente al ser humano. No puedo dar una definición concreta de la alegría, pero lo que sea hay que buscarlo en la proximidad, la relación, el intercambio, incuso en la polémica con los semejantes, no en la posesión de objetos».
El amigo no es un medio, es un bien. El hombre feliz necesita amigos, como afirmaba Aristóteles. «Nadie querría vivir sin amigos, aun estando en posesión de todos los bienes». Bien y felicidad navegan juntos.
Trasciende mundos diferentes. La amistad es una relación abierta y recíproca. En su ensayo Los cuatro amores, C. S. Lewis explica que el afecto ignora barreras de edad, sexo, inteligencia y nivel social. Se da entre un jefe de Estado y su chofer, entre un premio nobel y su niñera, entre don Quijote y Sancho Panza, aunque sus cabezas vivan en mundos diferentes, señala José Ramón Ayllón.
«Y ello porque la sustancia del afecto es sencilla: una mirada, un tono de voz, un chiste, unos recuerdos, una sonrisa, un paseo, una afición compartida (…). Lewis asegura que, en nueve de cada diez casos el afecto es la causa de toda felicidad sólida y duradera. Pero matiza su afirmación aclarando que esa felicidad solo se logra si hay un interés recíproco por dar y recibir». Según los clásicos, la amistad es la relación humana por excelencia porque es una relación libre y plena de reciprocidad.
La amistad es una virtud. Para Leonardo Polo, la esencia de la amistad reside en el compartir, en el conversar y en el compenetrarse. El filósofo afirma que las dimensiones de la amistad son la fidelidad, la lealtad, la sinceridad, el respeto, la generosidad, el afecto y la veracidad.
La fidelidad y la lealtad manifiestan su constancia. La sinceridad manifiesta su franqueza, la confianza para abrir el propio interior. Una confianza que concede crédito al amigo porque no repara en sus defectos. La amistad desconoce el egoísmo. Los aduladores, los que buscan el propio provecho no son verdaderos amigos. Desconocen la gratuidad y generosidad de la amistad.
La amistad, en griego philia, palabra de la misma raíz que el verbo phileîn, significa querer. Abarca todo tipo de relación o de comunidad basado en lazos de afecto, de cariño y amor. La amistad es un afecto que se teje y fortalece con el trato y con el tiempo. Es activa, no pasiva.
La amistad es veraz. No deja solos a los amigos cuando se equivocan. Acude a corregir. Coopera, no compite. El amigo se compromete, no es anónimo, ocasional o virtual. Nos abre perspectivas y nos hace mejores personas. Las buenas personas son buenas amigas y nos recuerdan que «la esperanza nunca es solitaria, sino compartida».
La autora es administradora de empresas.