Si algo positivo es rescatable del cierre de escuelas a causa de la pandemia, es la oportunidad única de incorporar a las familias de manera proactiva en el proceso de aprendizaje.
A escala nacional mejoraría el sistema educativo para siempre. El compromiso parental es una pieza crítica en la educación durante la pandemia y lo seguirá siendo después de esta.
La crisis sensibilizó a la población sobre desigualdades existentes, empezando por las necesidades más básicas, por ejemplo, los alumnos recibían su sustento nutricional en las escuelas y gracias a la organización la ayuda se mantuvo mediante la entrega de paquetes de comida.
Al no poder recibir clases presenciales, nos percatamos de la gran disparidad en la conectividad y en el acceso a dispositivos para estudiar a distancia. Las iniciativas tendentes a proveer pantallas e Internet a más estudiantes es un esfuerzo admirable, pero no la solución absoluta para cerrar las brechas.
El éxito en la vida del estudiante es determinado menos por la escuela y la tecnología y más por el apoyo familiar. Lo que padres y madres efectúen fuera de la pantalla tiene un mayor impacto que el acceso a ellas; en esencia, las conexiones humanas influyen más que la conectividad.
Foto con fines ilustrativos. Crédito: Alonso Tenorio (alonso tenorio)
Entender este efecto es clave para el acortamiento de lo descrito por expertos como una brecha de crianza, la cual conduce a un círculo vicioso de desigualdad intergeneracional.
Al equipar a los cuidadores principales con herramientas y conocimiento sobre el proceso educativo, los convertimos en partícipes en el éxito académico de sus hijos e hijas, especialmente porque los cambios en la educación llegaron para quedarse, como expresó, en un conversatorio reciente, el exministro de Educación Leonardo Garnier.
Garnier hizo énfasis en que la educación del futuro combinará la presencia con los entornos virtuales. Por este motivo, debe trabajarse con los cuidadores, de lo contrario, la brecha seguirá ensanchándose.
Colaboración entre familias y escuelas. Los padres son los expertos en sus hijos; los docentes, en instrucción.
Los segundos cambian anualmente, mientras que los primeros acumulan una gran cantidad de conocimientos sobre sus hijos e hijas como estudiantes. No hay mejor manera de personalizar la instrucción que a través de quienes los cuidan.
El reto radica en embonar el conjunto de habilidades complementarias con el propósito común de apoyar a los niños y a las niñas. Esta es la base de una colaboración poderosa y sostenible.
Los estudiantes no pasan suficiente tiempo en la escuela como para que la instrucción dirigida sea una solución completa. En tiempos prepandémicos, los escolares y colegiales permanecían solo el 25 % de su tiempo en el aula.
No obstante este dato, el esfuerzo es poco para capturar el valor educativo del tiempo fuera del salón de clases, esto es, el 75 %.
Isidora Chacón, oficial de Unicef Costa Rica, considera que el nuevo escenario obliga a involucrar más a las familias y a las comunidades.
Aprovechando esta crisis, ¿qué tipo de cambios en las políticas públicas operarán a fin de impulsar una transformación sistémica y sostenible en la manera como apoyamos a los padres y a las madres como los educadores más cercanos al alumnado?
Esta inquietud y este momento en la historia nos presenta un singular y fugaz chance de desarrollar el poder de la participación familiar para aportar en el proceso de aprendizaje.
El amor de los padres y las madres por sus hijos e hijas es el recurso natural más grande y subutilizado de la educación.
La autora es consultora educativa.