El honor es para la mayoría de los seres humanos un bien inmaterial de altísimo valor. Nuestros antepasados se batían en duelo cuando lo sentían ultrajado; algunos preferían morir que continuar viviendo con una mácula que estigmatizara su existencia.
Los duelos eran frecuentes en el siglo XIX y tenían lugar en parajes solitarios, a altas horas de la noche: Joaquín Tinoco Granados y el abogado Manuel Argüello de Vars protagonizaron uno el 9 de mayo de 1914. El segundo perdió la vida.
El historiador y político alajuelense León Fernández Bonilla sostuvo un duelo con Eusebio Figueroa Oreamuno, de Cartago, en 1883. Figueroa falleció.
Los enfrentamientos por el honor ya no se acostumbran, hasta donde tenemos noticia. Esos acontecimientos dejaron en familias y comunidades dolorosas secuelas.
El honor, en su acepción subjetiva, es el sentimiento de la propia dignidad. En su connotación objetiva, hace referencia a la reputación, es decir, al concepto que los demás tienen de nuestra personalidad.
El buen nombre de un hombre o una mujer cubre no solo el ámbito de su propia persona, sino también el de su familia directa.
Tutela. Ese bien inmaterial es tan relevante que la ley le confiere protección. La persona que se siente ofendida puede recurrir a los tribunales en procura de justicia, y plantear en la jurisdicción correspondiente la acción penal por medio del instrumento procesal denominado querella.
Durante unos cuarenta años ejercí como abogado en el campo del derecho penal y, por tanto, en el difícil ámbito de las querellas. Como todos, gané y perdí.
Antes de plantear una acción de esa naturaleza o de asumir una defensa, reflexionaba con cuidado, analizaba los aspectos jurídicos y también el entorno social del cliente, porque es muy importante.
Rechacé la defensa, según el caso, sobre todo, cuando se trataba de funcionarios de alto vuelo, cuando dimensionaba un panorama incierto o un ambiente tormentoso.
La querella, en la práctica, se torna sumamente delicada y compleja, no tanto por el proceso en sí, sino porque es una espada de Damocles. En el debate se ponen en juego y emergen una serie de elementos personales, tanto del querellante como del querellado; frecuentemente, el primero va por lana y sale trasquilado. Sucede tanto por la estrategia de la contraparte como por la dinámica del proceso.
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Cambio de papeles. Es lo que ha sucedido en el juicio que se lleva a cabo en los tribunales del Primer Circuito Judicial de San José, protagonizado por los querellantes Navas, Borges y Ruiz.
De un momento a otro, sucedió algo así como una eclosión inesperada para los demandantes, quienes pasaron de héroes admirados del fútbol a siniestros personajes, propios de una tragedia griega, con el agravante de que ese panorama se extendió urbi et orbi y, cuando menos temporalmente, deterioró la imagen, principalmente, de una persona admirada a escala mundial, como lo es Keylor Navas, para mí, el mejor portero del mundo.
Por lo anterior, iterum dico, cuidado con las querellas.
El autor es abogado.