No estoy orgulloso, pero como muchos otros fui víctima de una estafa en línea. Nunca me había sucedido y la experiencia me dejó tan avergonzado que se lo conté a muy pocas personas.
Sin duda, no estoy solo en esto. Casi 43 millones de personas en el Reino Unido se han encontrado con sospechas de estafas en internet. Si bien no todos son engañados de la misma manera que yo, millones lo han sido, y a menudo a un gran costo.
Al reconocer la prevalencia de este tipo de estafas, el gobierno británico introdujo recientemente una legislación destinada a mitigar los riesgos del fraude en línea. Solo en los Estados Unidos, se estima que uno de cada diez adultos es víctima de estafas por internet y a más de un millón de niños les roban la identidad cada año.
A medida que envejecemos, muchos de nosotros nos volvemos cada vez más vulnerables al fraude electrónico, debido a la falta de familiaridad con el mundo digital y nuestras tendencias caritativas inherentes.
En mi caso, caí en una de las estafas más antiguas de internet: recibí un mensaje de alguien que decía ser la hija adolescente de una de mis amigas y que le habían robado en El Cairo y no tenía dinero.
Ella me pidió ayuda para salir del apuro. Ingenuamente, envié una modesta suma utilizando mi tarjeta bancaria. Afortunadamente, cuando mi esposa lo descubrió y señaló que me habían estafado, actualicé rápidamente toda la información de mi tarjeta para evitar todo uso no autorizado.
La razón por la que hago esta vergonzosa confesión es que arroja luz sobre cómo, en los últimos años, varios líderes políticos consiguieron evitar asumir la responsabilidad de promover políticas que finalmente revelaron estar basadas en promesas fraudulentas y mentiras descaradas.
En su reciente libro Big Caesars and Little Caesars, Ferdinand Mount explora de manera convincente las formas en que los tiranos y los líderes autoritarios contemporáneos evaden la responsabilidad por sus engaños y ascienden a las cimas del poder.
Aunque Mount se abstiene de establecer similitudes entre los hombres fuertes cuyas trayectorias políticas examina, subraya las tácticas y estrategias compartidas que utilizaron para tomar y conservar el poder.
Desde figuras históricas como Julio César y Napoleón hasta gobernantes actuales, estos matones a menudo se han presentado como héroes en relatos en gran medida fabricados.
Se sabe que Julio César, por ejemplo, embelleció los relatos de su campaña en la Galia, exagerando sus logros militares y restando importancia a su trato brutal hacia las tribus galas. De manera similar, la imagen heroica de Napoleón se construyó sobre una narrativa parcialmente fabricada. Hoy este tipo de manipulación de imágenes suele ser obra de expertos en publicidad.
Haciendo un paralelismo con la actualidad, uno podría preguntarse cómo charlatanes nacionalistas como el expresidente estadounidense Donald Trump y el ex primer ministro británico Boris Johnson evaden la responsabilidad por las desastrosas consecuencias de sus políticas.
Trump basa su campaña presidencial en la afirmación de que el presidente Joe Biden le robó las elecciones anteriores y afirma que estaba en camino de hacer grande a Estados Unidos otra vez cuando sus oponentes demócratas hicieron trampa para conseguir la victoria en las urnas.
Al presentarse como víctima de un fraude político, Trump ganó impulso en su búsqueda de un regreso a la Casa Blanca. Johnson, por su parte, aseguró el liderazgo del Partido Conservador y ascendió al cargo de primer ministro al encabezar (y ganar) la campaña para retirar al Reino Unido de la Unión Europea.
Durante las negociaciones posteriores, dio prioridad a un brexit rápido —pasando por alto el escrutinio parlamentario— antes que asegurar las mejores condiciones posibles de lo que siempre probablemente sería un acuerdo pésimo.
Según los partidarios del brexit, especialmente Johnson, el Reino Unido iba a reclamar su soberanía y salir de la UE lo más rápido posible. No habría retrasos. El acuerdo que imaginaban iba a transformar al Reino Unido en el Singapur del Támesis y lo convertiría en un actor más formidable en el escenario mundial de lo que nunca fue como miembro de la UE.
La realidad, como ahora se está dando cuenta el público británico, es marcadamente diferente. En lugar de fortalecer económica y políticamente al Reino Unido, el brexit exacerbó los problemas económicos y erosionó su posición global.
No sorprende, dado que el brexit significó erigir barreras comerciales entre el Reino Unido y su mercado más grande. Salir de la UE probablemente redujo nuestro PIB en un 4 % y resultó en que el poder ejecutivo —en lugar de nuestro Parlamento— haya tomado el control de áreas críticas como la regulación ambiental y la seguridad alimentaria.
Al observar el creciente número de migrantes ilegales que cruzan el canal de la Mancha en embarcaciones improvisadas, uno no puede evitar preguntarse qué pasó con la soberanía mejorada que el gobierno nos aseguró que traería el brexit.
Por fin, la opinión pública parece haber cambiado y muchos británicos finalmente reconocen que el brexit fue un desastre. Pero ¿por qué tardó tanto en darse cuenta? Sospecho que los votantes se mostraron reacios a reconocer que habían sido engañados, del mismo modo que muchos de nosotros tememos revelar que hemos caído en estafas en internet.
Admitir haber sido engañado, ya sea por delincuentes en línea o por estafadores políticos, nunca es fácil. Pero, en ambos casos, reconocer nuestros errores es un paso crucial para garantizar que no vuelva a suceder.
Chris Patten, último gobernador británico de Hong Kong y excomisario de Asuntos Exteriores de la UE, es rector de la Universidad de Oxford.
© Project Syndicate 1995–2023