Mientras estudiaba en Londres, me desempeñé como voluntaria de la oenegé Literacy Pirates (algo así como Piratas de la Alfabetización), entidad enfocada en ayudar a niños necesitados de apoyo adicional en el campo de la lectoescritura, pero también con el objetivo de desarrollar en ellos confianza, autoestima y habilidad para enfrentar los momentos difíciles del desafío escolar.
Estructurada para niños de entre 9 y 12 años, la dinámica consiste en asistir a sesiones de tres horas después de la escuela, una vez a la semana.
En cada sesión —llevada a cabo en un edificio acondicionado por dentro para verse como un barco pirata—, los niños realizan actividades de aprendizaje lúdico, leen, escriben y juegan acompañados de un voluntario para cada uno de ellos y de los profesionales de la oenegé, quienes dirigen las actividades programadas para el día específico.
En la primera parte de la sesión se rompe el hielo con los estudiantes mediante algunos juegos breves; en la segunda etapa de lectura, el voluntario lee con el alumno durante un tiempo determinado, y le ayuda a mejorar sus capacidades alternando la lectura entre ambos del texto escogido por el niño.
Se trabaja también en la escritura, con la producción de pequeños textos en colaboración con los voluntarios y se hace un receso para que socialicen, merienden y descansen de las actividades más académicas.
Los voluntarios provienen de todos los campos, no es necesario ser docente de primaria para enrolarse en el programa, pero deben suscribir inicialmente un compromiso de participar en, como mínimo, 12 sesiones (una a la semana) y asistir a una reunión previa de capacitación.
Su presencia y apoyo favorece el reforzamiento de la confianza en el niño, al brindarle atención personalizada y al ayudarle activamente en su progreso, algo que no siempre puede ofrecer el educador en una clase de 35 o 40 niños, o sus padres en casa. Además, se generan incentivos para que los menores escriban, tales como la creación y publicación de libros con los textos escritos por los alumnos a lo largo de su estancia en el programa.
Apoyo comunitario
Por más interesante y motivador que es para los chicos y los voluntarios por igual, no se trata de construir barcos piratas o réplicas de Hogwarts en cada escuela, pero sí de plantar la semilla de iniciativas que, como estas, poseen el potencial de contribuir a que los niños, rezagados por el apagón educativo durante la pandemia, no arrastren problemas tan graves como llegar a la secundaria y no saber leer o escribir correctamente.
Se puede comenzar por la organización dentro de las mismas comunidades, donde los docentes identifiquen tanto a los estudiantes que requieren más apoyo como a los padres de familia con tiempo y afinidad lectora, para que trabajen junto con los voluntarios y coordinen reuniones semanales, en las cuales se irá forjando la iniciativa y consolidando un programa más estable y duradero.
Lo principal es conseguir la participación más activa de la ciudadanía, pues la intención no es recargar aún más a los docentes fuera de su tiempo laboral, sino compartir la carga con personas deseosas de contribuir y devolver algo a la sociedad y a la educación de los niños.
Maestros pensionados, profesionales en diversos ámbitos, estudiantes de colegio y universitarios para sus trabajos comunitarios son valiosos actores que aportarían a la construcción de grupos comunales de esta índole, así como las alianzas con centros de educación superior y municipalidades, entre muchas otras posibilidades.
Esta es solo una idea que bien puede convertirse en un programa estatal de voluntariado, un proyecto más desarrollado, con mayor apoyo y presencia dentro de las escuelas. O incluso formar parte de alguna fundación o de una ONG con la que esta metodología resuene, ávidas de hacerla funcionar en mejores condiciones y con mayor difusión para que alcance a más niños en todo el territorio, con infraestructura y recursos para subsistir holgadamente.
La autora es abogada y profesora de Derecho Ambiental en la UCR.
