Invitados por los actores y actrices, mi esposa y yo asistimos al estreno de la obra El ornitorrinco, del mexicano Humberto Robles, en el teatro Laurence Olivier, que se presenta los miércoles y los jueves, del 12 noviembre al 18 de diciembre.
Al final, salimos con una doble sensación: reflexión y satisfacción.
Reflexión porque es una obra intimista, que plantea el tema de la sexualidad desde una perspectiva de lo que no se habla y cuyo tratamiento es respetuoso, pero alejado de los temores y tabúes que rodean la diversidad sexual, y que no puede abstraerse de la realidad y de los seres humanos involucrados.
Satisfacción porque es teatro de calidad, muy diferente de la oferta actual, y en el que se obliga al espectador a revisar sus esquemas mentales y su visión de mundo.
Utilizando el símil del ornitorrinco –que es uno de los animales más extraños de la naturaleza, mitad mamífero mitad ovíparo, ya que se reproduce por huevos pero amamanta a sus crías, con boca de pato y cuerpo de castor, y que llegó a generar una gran polémica al descubrirse a principios del siglo XIX–, el autor metaforiza sobre la complejidad de las pulsiones humanas y expone la problemática que viven los adultos jóvenes de todas las épocas, en especial de esta, en lo que se refiere a la identidad, la sexualidad, las relaciones de pareja, la soledad y la solidaridad.
Un reconocimiento a la empresa Arketipo por arriesgar un montaje polémico en un horario inusual y a los protagonistas, Jahel Palmero, Manuel Martin, Leonardo Sandoval, y Pablo Morales, como director, todos adultos jóvenes y excelentes artistas, por participar en proyectos serios como este, con obras que, más allá de entretenernos, nos acercan a los sentimientos, necesidades y carencias del ser humano.