Concluía la lección telemática y una estudiante me comunicó que necesitaba conversar conmigo. Imaginé que se trataba de una de las tantas consultas usuales sobre tareas o evaluación.
En la pantalla de la computadora tan solo quedamos la muchacha y yo. Ella encendió la cámara y me comentó que, cuando era niña, sus padres se divorciaron y que en esa época encontró refugio en un cuento de un libro dirigido a la infancia. Recientemente, encontró el ejemplar, ya algo ajado, y descubrió una similitud entre el nombre del autor y del docente con el que recibía el curso de literatura infantil. Me dijo, con una sonrisa, que había investigado y encontró que efectivamente se trataba de la misma persona. “Profesor, estas páginas fueron para mí un refugio”, dijo.
Se refería a “Cuento de las preguntas”, del libro Queremos jugar, la primera obra que destiné a la infancia, cuya edición circuló en 1990, acompañada de las ilustraciones de Vicky Ramos.
Es un texto que presenta la situación de un niño que dialoga sobre el divorcio de sus progenitores. Según la usanza del escritor italiano Gianni Rodari, el lector encuentra tres finales y tiene la posibilidad de quedarse con el que sea de su mayor agrado.
Reconozco que soy un escritor reticente para hablar sobre sí mismo, prefiero dialogar sobre la obra de otros creadores. Sin embargo, la frase de esta joven caló profundamente en mí: “El texto fue para ella, en ese entonces, un refugio”.
Recordé el ensayo El sentido de la lectura, de Ángela Pradelli, quien sostiene que existen libros que salvan vidas. Explica la situación de una mujer que, abatida por la muerte del hijo, se ve tentada a suicidarse.
Si no hubiera leído la novela Una barrera contra el Pacífico, de Marguerite Duras, no habría encontrado razón alguna para continuar con su existencia.
La infancia de la poeta Gabriela Mistral transcurrió en un hogar modesto, del valle del Elqui, en Chile. Nadie habría imaginado a finales del siglo XIX que esa niña se convertiría en una figura latinoamericana ganadora de un premio nobel de literatura, situación aún más difícil en su época, en la que la escritura femenina era relegada y menospreciada por ciertos círculos intelectuales. Sin embargo, fue una escolar que leyó en la infancia y encontró un refugio en las páginas de cuentos de hadas y la Biblia.
También evoqué la entrevista que hice a la autora Mabel Morvillo, nacida en Argentina y nacionalizada costarricense. Ella me manifestó que, durante su adolescencia, en una época en la que su país de origen se caracterizó por los gobiernos militares y la represión, encontró refugio y un sitio de evasión en una biblioteca cerca de su hogar, en la que leía clásicos juveniles, como Heidi, Mujercitas o Moby Dick.
Sería una necedad repetir los datos registrados en los últimos informes de El estado de la educación para justificar un hecho contundente: los niños y los jóvenes, en una amplia mayoría, encuentran la lectura como una imposición; son pocos los docentes que practican hábitos eficaces para promover el disfrute, y la mayoría de las bibliotecas institucionales se encuentran en el área metropolitana.
Tampoco deseo elaborar, en esta ocasión, un artículo académico, solo deseo invitar a la reflexión: ¿Puede un texto literario ofrecer cobijo y protección en momentos álgidos de la existencia?
Es conveniente conocer los planes de las autoridades del Ministerio de Educación Pública y el Ministerio de Cultura y Juventud para acercar a las jóvenes generaciones a la lectura.
Es urgente conversar sobre el papel de las universidades públicas y privadas como formadoras de profesionales que lean con pasión. Es necesario encontrar entre letras e imágenes el refugio, el hogar seguro para soñar, imaginar y crear el promisorio futuro.
El autor es profesor de Literatura Infantil en la UCR.