Es notorio que en el mundo moderno y globalizado muchas empresas, grandes y pymes, nacen y mueren día tras día debido a que el mercado de productos y servicios sigue una lógica de transformaciones continuas, muchas veces insospechadas, a corto y mediano plazo.
Las causas son diversas, pero parece lógico pensar que la libre competencia y el anhelo constante de sofisticación y mejora continua hacen que el mercado funcione con una volatilidad muy compleja y asimétrica para las distintas partes.
Por ejemplo, la incorporación de las cámaras digitales en los teléfonos celulares produjo, en menos de una década, la quiebra y casi desaparición de compañías consolidadas como Kodak y Polaroid, las cuales poseían un enorme nicho de mercado desde hacía casi un siglo.
Adicionalmente, con su caída, provocaron un efecto dominó, pues afectaron indirectamente a un conjunto de empresas medianas y pequeñas que funcionaban como proveedoras de materias primas y servicios outsourcing.
A partir de sus estudios y reflexiones sobre este cambio, el economista norteamericano Joseph A. Schumpeter (1883-1950) formuló por primera vez la noción de destrucción creativa.
Que las empresas y organizaciones nacen y desaparecen es parte del juego doloso, y en ocasiones inevitable, de la lógica del sistema de mercado. Sin embargo, para Schumpeter, la destrucción creativa es impulsada no solamente por el libre mercado y el emprendimiento, sino principalmente por la innovación y la creatividad de los seres humanos. Así, según este economista, en las sociedades libres, democráticas e industrializadas, la innovación fue el motor del crecimiento económico y cultural a partir del siglo XIX.
Pero ¿qué se entiende por innovación? Según el Diccionario de la RAE, se refiere a “la creación o modificación de un producto, y su introducción en el mercado”. Es decir, a partir de esta definición, podemos considerar la innovación como sinónimo del proceso mediante el cual se mejora o inventa un servicio o bien.
¿Y cómo se produce? La respuesta descansa en toneladas de hojas impresas desde tiempos inmemoriales. Por ejemplo, en palabras del poeta romano Ovidio, “el ingenio nace de la dificultad” (ingenium mala saepe movent), lo que de forma más explícita es reinterpretado modernamente por el escritor y matemático Nassim N. Taleb como “el hambre agudiza el ingenio”.
Para el estadista y militar romano Catón el Viejo, una vida de comodidad es enemiga de la voluntad creativa, y ese temor no se limita a lo individual, sino que podría contagiar a la sociedad en su conjunto.
Así, podemos constatar que a lo largo de los siglos pareciera haber una idea común entre los distintos pensadores: la innovación nace de la necesidad y no —como pretenden los ilusos educadores modernos— de lo divertido, la comodidad y la seguridad previsible.
Muy al contrario, la innovación (¡la de verdad!) se produce en escenarios serios de contratiempos inesperados no irreparables, los cuales despiertan en el ser humano una reacción de motivación añadida frente al mundo de las limitaciones materiales e intelectuales; allí, gurús y coaches de la “innovación prefabricada” se pierden en sus propias ideas teóricas, que son fácilmente refutadas por el sentido común más ordinario y simple: está más que demostrado que es mucho más difícil gestionar la abundancia que la escasez.
Por eso, una educación que pretende formar alumnos más críticos e innovadores no puede estar inspirada en el modelo educativo de la “caja de herramientas”: tomo lo que necesito cuando lo necesito. ¡Ahí no habrá jamás verdadera innovación ni creatividad, sino autoengaño y pereza consentida!
No faltarán algunos pedagogos y psicopedagogos para quienes la aplicación del término destrucción creativa pueda parecer aberrante en el quehacer educativo, dado que, quizás, piensen que estamos tratando con personas y no con productos o bienes comerciables.
Estoy de acuerdo, pero cabe recordar que la innovación no tiene que ver con los sujetos u objetos en sí, sino con el proceso de mejora y superación real de las dificultades. En este contexto, la destrucción creativa debe interpretarse como la superación de autoestados de incapacidad pasiva a partir de la curiosidad, el asombro y el reto de enfrentar nuevas y distintas situaciones de aprendizaje.
Por eso, si un joven estudiante sabe de antemano que las condiciones cómodas y controladas de clase van a darle los réditos que quiere sin necesidad de tener que esforzarse demasiado, este no comprenderá el verdadero valor del conocimiento ni se preocupará por cultivar el talento.
La destrucción creativa en educación exige que se “rompan cosas” (hábitos, prejuicios, incompetencias) para que los jóvenes tengan la osadía de gestionar mejor sus carencias cognitivas, con la alegría y la motivación que supone.
barrientos_francisco@hotmail.com
El autor es profesor de Matemáticas.
