En dos funciones llenas de emotividad, talento y música de altísimo nivel, el público que pudo adquirir las entradas para asistir al Teatro Nacional tuvo la oportunidad de rendir homenaje y decir hasta luego al maestro Carl St. Clair, quien se desempeñó como director de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) desde el 2013 hasta su destitución este año.
Creo necesario hacer hincapié en que de los 79 conciertos programados en el 2023, 52 fueron gratuitos, ¡una mayoría abrumadora! Precisamente, en abril del 2023, el propio St. Clair se refirió a la importancia de los conciertos gratuitos en las distintas comunidades.
Las razones por las cuales a St. Clair no se le renovó el contrato, facultado por la normativa, mas no justificable por el sentido común, se encuentran inmersas dentro de una cacofonía administrativa en clave de disonancia que aqueja al Ministerio de Cultura, agravada particularmente por la convulsa línea de direcciones en el Centro Nacional de la Música (CNM) durante esta administración.
El aplauso prolongado del público en las dos funciones manifiesta un contundente mensaje enviado a las autoridades de Cultura.
La gran mayoría de los músicos de la Orquesta y de otras unidades técnicas administrativas del CNM, como el Coro Sinfónico Nacional, del que formo parte desde el 2013, reprochamos los actos que desembocaron en los dos emotivos conciertos, en los que dijimos un sentido “gracias” al maestro, pero también con la pena ajena de saber que el proceder administrativo deja mucho que desear, especialmente, hacia una persona con la calidad humana y carrera musical de quien fue pupilo de Leonard Bernstein en Tanglewood.
“El cambio es lo único constante”, sostuvo Heráclito. Concuerdo en que el cambio es inherente a la condición humana y es necesario para crecer, mejorar y aprender de los errores.
Deben brindarse oportunidades a los costarricenses para el cargo y contamos con talento de sobra. No obstante, la forma atropellada en que aconteció la salida del maestro St. Clair se une a otros factores que inquietan a los involucrados directa e indirectamente, por las repercusiones a corto plazo.
En primer lugar, se le negó la oportunidad de “pasar la batuta” a quien lo sucederá, una transición que debía ser apropiada, digna y, como mínimo, de agradecimiento por la labor realizada durante los diez años que estuvo al frente de la OSN. El maestro merecía más.
Lo anterior se intensifica al tomar en consideración la profunda transición generacional que atraviesa la OSN, pues solo ese fin de semana ocho músicos dieron su último concierto en la temporada oficial para acogerse a su jubilación.
Además, impera la dificultad para llenar las plazas disponibles, que incluso ha llevado a realizar cambios en la programación original del repertorio. Nos privaron de una exquisita sinfonía de Gustav Mahler, por ejemplo.
Todos estos bemoles reflejan la falta de armonía interna de los gobernantes en Cultura, que cada vez resulta más evidente.
La repetición de las autoridades, acerca de lo fundamental que es para el país el trabajo llevado a cabo por los integrantes de la OSN y demás instituciones pilares de la cultura, choca frontalmente con la combinación de discursos contradictorios, actuaciones accidentadas y cuestionamientos éticos.
He ahí la cacofonía por definición, en el efecto “desagradable que produce una repetición o combinación de sonidos”, que estas situaciones de incertidumbre continúan produciendo en nuestros sentidos.
La autora es abogada.
