La naturaleza es, por definición, principio creador y organizador de todo lo que existe. El tercer planeta del sistema solar la resguarda. Hay momentos en los cuales los conceptos naturaleza y tierra se barajan indistintamente en la inteligencia humana, cuya localización persiste esquiva para la neurobiología.
Este dualismo se ha conocido de distintas maneras a lo largo de la historia: Áditi (Rig-veda, hindú), Gaia o Gea (diosa griega), Cibeles y Mater Magna (frigias), Nerthus (nórdica), Maddi (vasca precristiana), Chimalma (azteca), Ñuke Mapu (mapuche), por citar algunos ejemplos.
En el campo de la ciencia, la hipótesis de Gaia, ideada por el químico inglés James Lovelock, y cuyo nombre fue propuesto por el novelista y poeta británico William Golding, envuelve la naturaleza y al planeta tierra.
De acuerdo con esta, la atmósfera y la parte superficial de nuestro planeta se comportan como un sistema en donde la vida, su componente característico, se encarga de dirigir condiciones esenciales, tales como la temperatura, la composición química y la salinidad en los océanos. Gaia sería entonces un sistema autorregulado.
El Antiguo Testamento fue escrito, según la tradición, en dos momentos de la historia del pueblo judío, entre los siglos VI y V a. C., con el aporte de los sacerdotes Esdras y Nehemías. Génesis 1:26 y 27 fue redactado, por tanto, con los conocimientos, la información y la experiencia de los autores, relacionados con lo que los rodeaba.
Otras especies. El concepto de que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios, apoyado en cualesquiera argumentos que la racionalidad encuentre, obliga a reflexionar si en estos tiempos no refleja egocentrismo y soberbia.
Las demás especies no pueden levantar la voz para reclamar que ellas fueron creadas también con esos atributos. Claro, los dirigentes de los credos religiosos que se apoyan en los textos antiguos no van a cambiar o eliminar una vocal a la luz de conocimientos ulteriores, por distintas razones, y merecen respeto.
La sabiduría, la fuerza y la belleza se exhiben majestuosamente en los reinos de la flora y la fauna. En todos sus integrantes. No son exclusivas del homínido responsable del advenimiento del Antropoceno.
El bosque con sus intrincadas redes de vida; la abeja, sin cuya labor de polinización ocurriría una pérdida irreparable de la diversidad y de la calidad alimenticia; las plantas, cuya visión es superior a la del ser humano; el pulpo, cuya memoria y capacidad de aprendizaje lo ubican como el invertebrado más inteligente; el delfín, con su enorme capacidad de sociabilidad; el cerdo, con su impresionante facultad de adaptación; el cuervo, con su habilidad para construir herramientas; y las raíces que, con el apoyo de frecuencias bajas, crecen hacia donde se encuentra el agua.
También están las vibraciones inducidas por una oruga que, alimentándose de una planta, producen en esta cambios en el metabolismo, sintetizan químicos para su defensa; los compuestos volátiles que producidos por las hojas son llamadas de auxilio, las flores cuya fragancia está relacionada con la reproducción, la microbiota intestinal que es protagonista indispensable para la supervivencia del ser humano.
Reino animal. «Las plantas ven sin ojos, escuchan sin oídos, prueban y huelen su entorno», escribió Stefano Mancuso en Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal. «Los humanos que niegan la inteligencia de los animales son los que carecen de ella», afirmaba Arthur Schopenhauer.
Si algún integrante de la naturaleza, externo al Homo sapiens, pudiera reprender al ser que se autodenominó rey y máxima creación de Dios, tendría que provenir del reino animal, como pintó Paulus Potter en su enorme obra Castigo de un cazador (1647).
Victor Hugo creía que «primero fue necesario civilizar al ser humano en su relación con el ser humano» y luego «civilizar al ser humano en su relación con la naturaleza y los animales».
La naturaleza, creo yo, abrigada por Pachamama —definición quechua de la tierra— y a la que el Homo sapiens pertenece, fue creada a imagen y semejanza de Dios. Toda la creación es imagen y semejanza de Dios.
El autor es médico cirujano.