El gran escritor británico C. S. Lewis nos legó un consejo que podemos tomar: “Algún día serás lo suficientemente mayor para empezar a leer cuentos de hadas de nuevo”.
La verdad es que la recomendación viene de una voz autorizada, y de la historia del emperador desnudo, de Hans Christian Andersen, hay mucho que aprender.
Nos encontramos en una modernidad líquida, que según la definió el sociólogo Zygmunt Bauman rechaza ideas y valores sólidos del pasado y que dieron “paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador”.
Junto con eso, tenemos delante una generación que lee menos o nada, cuya fuente principal de información es TikTok; la generación de las fake news y la que no hace tanto tiempo distribuía por WhatsApp el ficticio origen y la presunta cura de la covid-19.
El caldo de cultivo es ideal para que las voces disidentes de la corrección política y la “versión oficial” (la que dicta el emperador, pero que le fue dada por los usureros) sean silenciadas.
En vista del poco sentido crítico, nadie quiere decir que no ve el traje invisible, nadie quiere parecer tonto o poco capaz en su trabajo, aunque tenga delante la verdad.
Como la ficción imita la realidad, nos pasmamos ante los consejeros del emperador que, sin ver el traje, lo alaban y le agregan detalles inexistentes, de cortesanos que por miedo al ridículo ríen las gracias y las aplauden.
Sería ingenuo pensar que el cuento de Andersen trata sobre una lucha entre clases, porque tanto unos como otros tienen enfrente la misma realidad, pero simplemente están más preocupados por quedar bien que por ser sinceros.
La última, posiblemente la más perniciosa, consecuencia de la sociedad líquida es la llamada identidad líquida, es decir, caer en la cuenta de que no estamos tan lejos de rodearnos de otros emperadores y cortesanos como los del cuento.
La identidad líquida, según Bauman y otros, se alimenta de una sociedad consumista, que se enfoca en producir deseos y saciar placeres, en secuestrar el pensamiento crítico adormeciéndolo con plataformas de streaming y las redes sociales, pero sobre todo se caracteriza por una soledad acompañada: estar más conectados que nunca, pero sintiéndose más solos que nunca, que no se tenga amigos que digan que uno anda desnudo por la calle para no desmerecer, o porque sencillamente ya no se sabe tener amigos de verdad.
Lo bueno es que, al igual que el niño atrevido del cuento de Andersen, que no necesitó fingir que ve lo que no ve, también en nuestro tiempo estamos rodeados de sabios, de los no temen decir o recordar verdades tan grandes como puños, pero, principalmente, que nos recuerdan a los demás lo que ya sabíamos, y no nos atrevíamos a decir.
El autor es internacionalista.