El principal problema de nuestra política exterior es la política interna, cuyas contradicciones afloran a diario y pugnan por desbordarse allende nuestras fronteras. El caso del embajador en Venezuela y sus declaraciones contrarias a los valores defendidos por Costa Rica en la comunidad de naciones, es apenas la más reciente manifestación del fenómeno.
La exembajadora en Bolivia, destituida por su imprudente y destemplada intervención en la polémica sobre la Procuraduría General de la República, es un antecedente menos serio que el del exembajador en Corea, obligado a renunciar por el mismo motivo, con el agravante de la falsa coartada esgrimida para conservar el cargo.
Aliviaría pensar que la rápida sucesión de incidentes en el cuerpo diplomático es la enfermedad, no el síntoma de una dolencia más grave, pero hay razones para creer lo contrario. La cantidad de traspiés y su naturaleza apuntan a deficiencias generalizadas en la selección de los representantes diplomáticos, hasta ahora notables por su inmadurez y falta de identificación con los principios de nuestra política exterior, para no mencionar su ignorancia de las normas rectoras de su función.
Ese, sin embargo, podría ser el menor de los problemas enfrentados por el canciller, Manuel González, en sus esfuerzos por dar coherencia a las manifestaciones internacionales de nuestras contradicciones internas. El peligro de interferencia anida, también, en otros poderes de la República e, incluso, en el gabinete.
En agosto, la viceministra de seguridad Carmen Muñoz se refirió en un periódico de Nicaragua a la “urgencia” de restablecer el diálogo entre Costa Rica y la nación vecina, pese a la posición oficial de la Casa Amarilla de mantener las distancias mientras continúe el diferendo político y jurídico entre los dos países.
“El diálogo es urgente y si hay voluntad política solo puede traer beneficio a nuestras comunidades y dinamizar la economía y el comercio”, declaró la funcionaria a El Nuevo Diario. El canciller se apresuró a reafirmar la inalterada posición nacional pese a las “buenas intenciones” de la improvisada diplomática. “Que no se interprete que Costa Rica esté pidiendo ese diálogo. La señora viceministra no tiene por qué conocer los detalles legales de los juicios”, comentó en alusión a los delicados procedimientos seguidos en la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Muñoz, como improvisada diplomática, no se abstuvo de referirse, precisamente, al más delicado de esos litigios, planteado por Costa Rica a raíz de la invasión de territorio nacional por el Ejército nicaragüense, con serios daños ambientales. “Es urgente tener un diálogo franco y abierto, que supere el tema de Calero, porque este es nuestro vecindario y no vamos a poder separarnos de él”, declaró a La Nación cuando se le pidió corroborar lo publicado por El Nuevo Diario. “Está en juego la integridad territorial del país y no existen las condiciones para ese diálogo abierto”, respondió el canciller.
También el presidente de la Asamblea Legislativa, Henry Mora, ensaya dotes diplomáticas en detrimento de la coherencia de nuestra política exterior. Luego de un discreto viaje a Cuba, del cual solo se supo por la acuciosidad de la prensa, Mora estuvo a punto de trasladarse a Managua.
El canciller no disimuló su desacuerdo con la visita, pero fue necesaria la intervención del presidente, Luis Guillermo Solís, para evitarla. El mandatario pidió a Mora “meditar” sobre la conveniencia del viaje a la luz de los litigios pendientes con el país vecino.
“No nos ayuda a la posición del país y el único que podría ganar algo es Nicaragua. Ellos siempre buscan una cortina de humo para mostrar la posición de Costa Rica como no unánime”, comentó, sin ambigüedades, el canciller.
Mantener la coherencia frente a tantas iniciativas, tan desafortunadas, es una tarea titánica. El hecho mismo de que sea necesaria invita a una reflexión sobre los graves riesgos para los intereses nacionales y la fidelidad a los valores históricos de nuestra política exterior.