El tacto es amor y muerte a la vez, caricia tierna o golpe artero. Es exploración, juego, arte y oficio: herrero, pintor, músico, escultor, orfebre, soldado, médico, amante y traidor. Es signo, huella y señal; raíz en tierra y, al mismo tiempo, imprudente embarcador: aprendemos que lo caliente quema y lo filoso corta, pero solo después de quemarnos y herirnos.
Perpetrador por excelencia, consuma lo que el cerebro ordene, el corazón sienta, la mirada mire y la duda suplique auscultar. La piel, el órgano más grande del cuerpo, nos envuelve en tacto con sus millones de receptores sensitivos, todos captando sensaciones. Y, encima, tenemos un par de manos, herramientas maravillosas, para dejar huella de nuestra imperfecta humanidad.
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Pero si el sentido del tacto es tan omnipresente en nuestras vidas: ¿Por qué nos cuesta tanto el «buen tacto»: tener delicadeza en el manejo de situaciones difíciles, consideración hacia los demás, sensibilidad para descifrar las claves de la condición humana, inteligencia emocional para embridar las pasiones?
Muchos, en cambio, exhiben la suavidad de un elefante en una cristalería y presumen de ello, sin entender que los destrozos no conducen a nada bueno. No entienden que poco tiene que ver el «buen tacto» con la blandenguería. Es un bisturí que, con precisión clínica, obtiene resultados.
Esta reflexión me lleva a pensar en el más refinado de todos los tactos: el «tacto político», esa capacidad, reconocida por adversarios y enemigos, de lograr objetivos mediante un mínimo de errores, aun en escenarios conflictivos. Inteligencia política pura. Su contrario, la falta de tacto político, al ser una desinteligencia, no solo desprecia la realidad, sino también la sensibilidad de los demás y, por lo general, causa respuestas fulminantes. Piensen en el lujo de Versalles en medio de una hambruna: ese cuento termina mal.
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Y aquí es donde el tacto es un sentido relevante hoy en nuestro país. Con una convergencia de múltiples crisis (fiscal, laboral, sostenibilidad del Estado de bienestar), tanto inmediatas como estructurales, partidos, sindicatos y cámaras pueden enzarzarse en pleitillos irrelevantes y despreciar la gravedad del momento histórico. Sin embargo, esa falta de contacto con la realidad dejará una huella que nos condenará a una larga sentencia. Tacto, contacto; tacto, contacto, tac, toc, pulso, pulsión.
El autor es sociólogo.