En un momento de justificada inspiración, el diputado Francisco Nicolás planteó reconocer a Hilda Chen Apuy como benemérita de la patria. A mediados de abril, por unanimidad, los diputados presentes aprobaron la propuesta. Para el legislador de Puntarenas, era un acto de justicia para quien fue ilustre hija del puerto que acogió a su padre, igual que a miles de migrantes chinos desde hace 168 años.
Sobraban méritos para que el reconocimiento se abriera paso fácilmente. Catedrática, escritora, investigadora y pionera en el estudio de las culturas orientales, Hilda Chen encarnó en su vida un puente entre civilizaciones. Lo suyo fue esfuerzo constante por transmitir la riqueza del aporte oriental a nuestro imaginario colectivo. A esa investigación dedicó su vida, incansablemente, en la búsqueda de raíces escondidas en nuestras venas de continentes lejanos. Y esa faena la realizó haciéndose querer, como un ser de inefable dulzura.
Sus innegables méritos trascienden su persona. Ella encarna la figura cercana del chino de la pulpería de la esquina. En ella aparece también el tesón de una comunidad hacendosa, ejemplo cotidiano de esfuerzo honrado. Desde el remoto gigante asiático, hambre y explotación extranjera expulsaban migraciones dolorosas de una China humillada por potencias occidentales.
Buscando vida en costas inciertas, los primeros chinos llegaron en 1855 a Costa Rica, nación de apenas 34 años de vida independiente. Puntarenas era el puerto que les daba acogida. Tanto así, que los migrantes chinos pensaban que el nombre del país era Puntarenas. Desde entonces, no existe ciudad, cantón, distrito o barrio sin una familia china imbricada en el tejido social de nuestro país.
Característica de esa colectividad, es su capacidad de progreso humano, rasgo común con toda comunidad migrante, en pos de mejores oportunidades. Mi bisabuelo italiano puso una carnicería, mi abuelo tenía ya un doctorado. El padre de doña Hilda era comerciante; su hija, catedrática. También los italianos llegaron buscando fortuna y fueron compañeros de lucha de los chinos en las primeras huelgas gremiales.
La vida de doña Hilda fue transportarnos de retorno al lustre de la cultura milenaria que corría en sus venas. Benemérita ahora, un suspiro de justicia al mérito aplaca nuestra conciencia.
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