Hay familias de palabras que, por ser muy antiguas, han acumulado un sinfín de significados, algunos de los cuales no son más que hipócritas metáforas. Por esa razón, un diccionario etimológico puede convertirse en una escritura laica que nos prevenga contra el infierno de la ingenuidad.
En estos días, ciertas lecturas nos acercaron a las palabras tutor, tutela y tutelaje y, sin habérnoslo propuesto, caímos en la cuenta de que en ellas podría estar la clave de algunas sórdidas facetas de la historia y la política. En su origen latino, tutelar es sinónimo de proteger. Plinio, el naturalista, afirmaba: “Natura arbores cortice a frigoribus et calore tutata est” (con la corteza, la naturaleza ha protegido a los árboles contra el frío y el calor). Suetonio llamó tutela animalorum al “cuidado y alimento de los animales”.
Así, en el DRAE, tutor es la “persona que ejerce la tutela”, tutela es la “autoridad que, en defecto de la paterna o materna, se confiere para cuidar de la persona y los bienes de aquel que, por minoría de edad o por otra causa, no tiene completa capacidad civil”, y tutelaje es la “acción y efecto de ejercer la tutela”. De pasada, surge un refinamiento jurídico: tutela ejemplar es “la que se constituye para cuidar de la persona y de los bienes de los incapacitados mentalmente”.
Sin embargo, por desvíos de interpretación, los defensores del colonialismo sugerían que las potencias ocupantes ejercían sobre los pueblos colonizados una especie de sabia y benevolente tutela civilizadora, a cambio de la que a los tutelados solo se les exigían leves grados de sumisión, servidumbre o esclavitud.
En la actualidad, el tutelaje político de pueblos y naciones se oculta tras estructuras supranacionales en apariencia democráticas y, en el ámbito interno de los Estados, los nuevos ideólogos vienen introduciendo, en la definición de democracia, un indispensable tutelaje que se atreven a calificar de meritocrático. “A diferencia de nosotros (los de la élite), la masa ignorante no es lo suficientemente confiable como para que participe en procesos decisorios –como unas elecciones o un referéndum– y por eso requiere de nuestra ejemplar tutela”, es su oblicua proclama.
Según el Foreign Policy Research Institute, de los militantes de Al Qaeda identificados en EE. UU., el 63% cursó el bachillerato, el 75% sale de las clases media y alta, y entre ellos figuran numerosos graduados universitarios como profesores, ingenieros, arquitectos y otros especialistas. ¡Toda una élite!