Refiere la mitología griega que Sísifo era un personaje perverso a quien los dioses castigaron cegándolo y obligándolo por toda la eternidad a subir a la montaña una inmensa y pesada piedra por sus pecados. Llegado a la cumbre, la piedra rodaba hacia abajo y obligaba a Sísifo a escalar de nuevo la montaña empujando la piedra.
Para mí, esa imagen de Sísifo es la que mejor representa las “conmemoraciones” de cada 8 de marzo y la vida cotidiana de miles de mujeres alrededor del mundo.
La piedra de Sísifo es el poderoso patriarcado que desde el principio de los siglos nos condena a las mujeres a luchar montaña arriba con nuestra condición de segundo sexo para lograr igualdad en dignidad y derechos.
En el siglo XX, sin ir más lejos, empujamos nuestra piedra junto a las sufragistas por los derechos políticos. Por los derechos laborales, sufrimos el asesinato de más de 100 mujeres en Nueva York.
El trascendental movimiento de las feministas de las décadas de los sesenta y setenta logró colocar en la cima la piedra de nuestros derechos individuales, económicos, sexuales y reproductivos, y todas las libertades que la Declaración Universal de 1948 nos había conferido para ser iguales, dignas y visibles.
A finales de ese mismo siglo XX, el derecho internacional de los derechos humanos y la justicia penal internacional declararon que los crímenes de violencia sexual cometidos en conflictos armados contra las mujeres de todas las edades son crímenes internacionales, y en las legislaciones nacionales, la violencia machista de todo tipo (física, sexual, familiar, laboral) también fue tipificada como delito penal.
Pero al principio de este siglo XXI, la piedra de nuestras vidas rodó montaña abajo. Una pandemia que nos azotó sin piedad (la covid-19) nos encerró en nuestras casas, confinándonos al cuidado de las familias. Perdimos casi todos los progresos hechos en materia laboral. Lo mismo ocurrió con los derechos políticos, económicos, sexuales y reproductivos.
La violencia familiar subió a niveles grotescos, y voces de cavernas que creíamos sepultadas alzaron sus gritos pseudorreligiosos dentro de movimientos populistas que amenazan nuestras instituciones democráticas y nuestros derechos.
Y de vuelta estamos al pie de la montaña para subir la piedra. Una piedra cada vez más pesada frente a una montaña cada vez más alta.
En esta década del siglo XXI, una guerra (Ucrania) muestra sus horrores de torturas y violencia sexual, destrucción y muerte. Los cambios climáticos están destruyendo la vida humana, las mujeres somos violadas y asesinadas impunemente de maneras atroces en todos los países de todos los continentes. Nos insultan soez y cobardemente en las redes sociales, llenan de gas escuelas de niñas para que no se eduquen.
Hoy la piedra patriarcal está más pesada y poderosa que nunca, y la cumbre para subirla se antoja más alta y lejana.
Pero en este 8 de marzo del 2023, y en cada día de nuestros calendarios, haremos lo que siempre: las mujeres nos abrazaremos muy fuerte, juntaremos manos y brazos y, con renovado coraje, sin miedo, volveremos a empujar la piedra patriarcal montaña arriba, hasta que un día, al caer de vuelta, se destruya en miles de pedazos, cuyo polvo nos libere para siempre.
La autora es abogada y expresidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.