El libro y el periódico, en sus formatos tradicionales de papel, sobrevivirán. Por el bien de la cultura, deben regresar como fenómenos de masas.
La existencia de la literatura impresa sigue siendo indispensable entre los ciudadanos que toman en serio las lecturas prolongadas. Buena parte de las razones son las estadísticas alarmantes sobre lo necesario que es para el cerebro disminuir el uso de los aparatos electrónicos.
Una de las consecuencias de la exposición prolongada es que el cerebro pierde la capacidad de concentración por largos períodos. Por el contrario, cuando se toma un libro o un periódico, nos vemos obligados a enfocar ese instante vital en el ceremonial que representa la lectura a partir del ejemplar en nuestras manos.
Según investigaciones de la Universidad de Oxford, leer en ordenadores impele a una constante desconcentración, sea por las comunicaciones que llegan a los mismos artefactos, por algún correo o la interrupción que el mismo ordenador causa ante cualquier hipervínculo o una notificación momentánea.
Incluso se corre el riesgo de ser expulsado del mundo que nos dejaba absortos en la buena lectura. En el caso de los aparatos electrónicos destinados exclusivamente a la lectura, como Kindle, el problema es de otra naturaleza.
El gobierno de Suecia decidió detener el avance de su programa de digitalización en los institutos docentes y regresar al libro de texto tradicional. La decisión la tomó Lotta Edholm, ministra de Educación, tras conocer los resultados del año 2021 para Suecia, del informe de los estudios internacionales que evalúan la capacidad de comprensión de lectura de los estudiantes.
Según el gobierno sueco, la digitalización de la lectura desempeñó un papel fundamental en la disminución de la capacidad lectora entre los alumnos del país.
La referida investigación se sustenta en evaluaciones hechas a 400.000 niños de 57 naciones. A raíz de que España tampoco salía bien parada en el estudio, la Dra. Teresa Sánchez, experta de la Universidad de La Rioja, entrevistada por la revista Newtral, señaló que si bien es cierto que los beneficios de la tecnología cibernética en la educación eran obvios, la digitalización de la lectura era dañina, por cuanto el ordenador no es la mejor opción para captar la atención educativa, de forma que la prioridad es que el alumno se desenvuelva con libros manuales, usando los medios cibernéticos únicamente como herramienta accesoria.
De acuerdo con estudios de la lingüista estadounidense Naomi Baron, con el uso masivo de ordenadores para leer, aumentaron sustancialmente los porcentajes de estudiantes universitarios incapaces de terminar lecturas extensas.
Investigaciones publicadas por la inglesa Universidad de Loughborough denominan “conducta de chequeo” el comportamiento caracterizado por constantes inspecciones a los aparatos electrónicos en una búsqueda ansiosa y célere de información sin mayor profundización, lo que hace además que nuestra capacidad de enfoque en actividades productivas prolongadas sea cada vez menor.
La conclusión del experto en datos Leo Yeykelis, publicada por la Universidad de Oxford, es que el 75 % de los estudiantes sometidos a experimentación en sus laptops no lograban superar el primer minuto de concentración en un contenido y pasaban a otro cada 19 segundos, en promedio.
Otro dato, publicado por el medio digital Wired, revela que los ejecutivos chinos de la red social TiKTok reconocen que sus investigaciones internas documentan que los videos de más de 60 segundos causan estrés en el 50 % de los usuarios.
De acuerdo con el filósofo Pablo Muñoz Iturrieta, el número de personas remitidas a tratamiento clínico por adicción a los artefactos tecnológicos aumentó en un 1.000 %, al extremo que en China hay más de 300 clínicas especializadas.
Según un estudio en 24 países, y documentado por la revista académica Computers in Human Behavior, las consecuencias de pasar mucho tiempo detrás de las pantallas electrónicas son muy parecidas al de las sustancias dañinas, como lo son problemas físicos (usualmente oculares por el brillo de las pantallas), los síndromes de abstinencia, disipación de la actividad productiva, empeoramiento de las relaciones familiares, dificultades de aprendizaje, emociones negativas y necesidad de liberar dopamina, similares a otros vicios.
Mi convicción en relación con este asunto la ilustraré con una analogía: Juan Brenes Vega es un talentoso artista que solo pinta temática cervantina mediante plumilla con tinta china. Su domicilio no es cercano, pero me gustan mucho sus obras, por lo que, para adquirirlas, primero me remite las imágenes digitales de su producción.
Una vez que las veo en digital, escojo las que, de acuerdo con mi gusto, son las más hermosas y serán las que él trasladará para verlas después en físico y así escoger aquella que finalmente le compraré.
Por eso, un Caravaggio se puede ver en un buen ordenador, pero no es lo mismo disfrutar un Botticelli, y para hacerlo en toda su plenitud es necesaria la versión física.
Aunque no de manera exacta, algo similar sucede con el libro o el periódico: tomar el ejemplar es degustarlo mediante un ritual de concentración en el acto de la lectura y el objeto que lo hace posible.
Allí surge el juego del conocimiento a través del tacto, del pasar y repasar las hojas, o del intercambio que me permite anotar al margen, subrayar, palpar y hasta ocasionalmente regocijarme con el olor del papel.
Un argumento final: ciertamente, puedo leer libros o periódicos en Kindle con un brillo mejor calibrado que el de la computadora, pero cuando ejercito por esa vía la lectura, el agotamiento visual y mental que provoca la luz de cualquier pantalla, por muy bien calibrada que esté, hace que leer sea cansino.
El autor es abogado constitucionalista.