Desde el balcón de mi casa en Turrialba, vi con mucho asombro e incredulidad que en la plaza pública de deportes de una comunidad periurbana se estaba levantando una construcción con forma circular.
Al pasar luego por el sitio, mis sospechas se confirmaron. Es una plaza de toros, un redondel, para ser más exacto. Sí, en donde había una plaza pública para la práctica del deporte, no solo del fútbol, que tomó muchos años llevarla a un estado más o menos óptimo, se erigió una plaza de toros.
Cerca de un 30 % de la cancha se destinó al redondel. Panem et circenses al estilo moderno.
Soy médico veterinario y, quizás por sesgo profesional, no le hallo sentido a las corridas de toros, independientemente de si es a la usanza española o si son corridas a la tica o espectáculos de monta.
A mí, los veranos toreados me generan sentimientos que van desde la ira hasta la pena. Ira, porque los animales, a costa de su dolor y sufrimiento, no tienen por qué ser el centro del entretenimiento de las personas que miran, sin cuestionamiento, a un pobre animal que corre nervioso cargado de adrenalina y cortisol.
Pena por las personas que se juegan la integridad física ante un animal que las supera en fuerza, velocidad y peso para demostrarse, o demostrarle a alguien, no sé qué. Para mí, es un acto irracional en el que si no hay levantines (ergo, heridos) la corrida no estuvo buena.
Es un contrasentido el cercenamiento de una cancha de deportes, donde gente de todas las edades, sexos, estratos sociales y realidades personales realizan actividad física que los acerca a la salud física y mental, que los aleja de las drogas o del consumo de sustancias nocivas, que les ayuda a fortalecer valores, tales como disciplina, responsabilidad, compromiso, trabajo en equipo, fortaleza mental, resiliencia y muchos otros aspectos positivos, para colocar un redondel que, de positivo, me cuesta encontrar un solo aspecto.
Pero el dueño del redondel está por lo suyo; es su negocio. Igualmente, hay muchas otras actividades lícitas que dañan la salud física y mental. Licor, cigarros y comida chatarra están al alcance de la mano, lamentablemente.
Mi reclamo va contra quienes autorizan semejante cambio de uso de un terreno destinado a la salud física, mental y emocional para dar lugar a una actividad que saca mucho de lo peor de nuestra naturaleza.
En momentos en que la violencia está exacerbada por discursos incendiarios, de odio, venganza y revanchismo, autorizar o propiciar semejante cambio es ir un poco más en la dirección contraria.
Pocos espacios públicos están disponibles para que el grueso de la ciudadanía fortalezca su cuerpo, su alma y su mente, como para cerrar o reducir uno más, para dedicarlo a espectáculos para los cuales solo unos cuantos poseen recursos para pagar la entrada. Aunque, pensándolo bien, cuanto más cara sea la entrada, mejor. Tal vez así menos gente se exponga a la barbarie.
En otro lugar de Heredia, antes también periurbano y hoy conurbado del cantón central, con cierta frecuencia se instala un turno para celebrar, probablemente, las fiestas patronales. Para ello, se autorizan juegos mecánicos en la plaza de deportes. En otros tantos pueblos, la historia se repite y, en algunos de ellos, varias veces al año.
Como habrán notado, las canchas quedan en un estado deplorable, inutilizables durante varias semanas. Mientras tanto, quienes se ejercitaban o aprendían un deporte o jugaban los campeonatos del pueblo deben arrinconarse en las pocas áreas verdes disponibles en buen estado. Cabe aclarar que jugar partidos queda, de facto, prohibido. Es imposible celebrar un encuentro en ese terreno.
En momentos en que la niñez y adolescencia es cada vez más sedentaria, y especialmente personas adultas y adultas mayores, cuando las tasas de sobrepeso y obesidad suben de manera constante hasta niveles preocupantes, y cuando más se requieren espacios públicos para el fomento de la salud física, mental, emocional y social, a ciertas personas se les ocurre que lo mejor para la ciudadanía es una plaza de toros, con todos los perjuicios que acarrea.
Podrán decirme que son costumbres ancestrales, herencia forjada en épocas en que los valores sociales eran otros; quizás sí. Sin embargo, está claro que tales valores convienen ser modificados y es necesario reconocer otras formas de entretenimiento sano en que no se comprometa la salud y el bienestar de animales y seres humanos.
Ante la escalada de violencia que afecta al mundo, en especial a nuestro pedacito de él, y frente a la realidad de una salud cada vez más maltrecha y con mayores retos, debemos buscar alternativas de esparcimiento inclusivas, que intenten la cohesión social, el sentido de pertenencia, que favorezcan economías locales y que, por qué no, lo hagan incluyendo formas o actividades que incentiven la salud individual y colectiva.
Lo anterior solo se puede lograr dando el real sentido, valor y uso correcto a los espacios públicos.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.