NUEVA YORK– Es difícil imaginar a los países del G20 liderando al mundo, como pretenden hacer creer. La mayoría de ellos no pueden liderarse a sí mismos de manera eficiente en la actual crisis de covid-19.
Por ser las economías más grandes del mundo, los miembros del G20 tienen una responsabilidad primordial: acordar sobre las acciones para erradicar la pandemia.
Unos pocos países del G20 están haciendo las cosas bien; los rezagados tienen que tomar medidas urgentes para frenar la propagación del virus. Todos los países del G20 necesitan cooperar en políticas a escala global para superar la crisis de salud.
Un análisis de los países del G20 es aleccionador. Muchos están tan mal gobernados que son absolutamente ineficientes a la hora de contener la pandemia.
A juzgar por los datos de las dos últimas semanas, el mayor fracaso del G20, con 176 nuevos casos al día por millón de habitantes, es Brasil, liderado por el populista irresponsable Jair Bolsonaro, él mismo contagiado del virus.
El segundo mayor fracaso es Estados Unidos, gobernado por el Bolsonaro del norte, Donald Trump, con 137 nuevos casos al día por millón de habitantes.
Los otros dos países del G20 con más de 100 nuevos casos diarios por millón de habitantes son Sudáfrica (129) y Arabia Saudita (112).
El próximo rango de países, con entre 10 y 100 nuevos casos al día por millón de habitantes, incluye a Rusia (47), México (43), Turquía (16), la India (15) y el Reino Unido (11).
Todos estos países corren el riesgo de un alza significativa en la transmisión. México y la India son los que aparentemente corren más peligro.
Seis de los países del G20 actualmente reportan de 1 a 10 nuevos casos al día por millón de habitantes, tasas razonablemente bajas que hacen posible una erradicación decisiva del virus en el futuro cercano: Canadá (8), Francia (8), Alemania (5), Indonesia (5), Italia (4) y Australia (3).
Solo tres de los países del G20 reportan menos de un nuevo caso al día por millón de habitantes: Corea del Sur (0,96), Japón (0,9) y China (0,01).
Estos tres países del noreste asiático han demostrado la combinación necesaria de liderazgo político, profesionalismo en materia de salud pública y comportamiento responsable (utilizando mascarillas faciales, manteniendo el distanciamiento físico y mejorando la higiene personal).
Una epidemia es un fenómeno social y necesita una respuesta social. Como han demostrado Corea del Sur, Japón y China, el virus es erradicable, es decir, llevar los nuevos casos a casi cero si se sigue una lógica básica.
Quienes están infectados del virus tienen que proteger a los que no lo están de cuatro maneras durante las dos semanas que dura la infección: mantener la distancia física, usar mascarillas faciales, quedarse en casa y lejos de los demás, y hacer una cuarentena pública si el hogar no es seguro.
Esta protección no tiene que ser perfecta; de hecho, no lo será. Sin embargo, debe ser lo suficientemente buena para garantizar que, en promedio, un individuo infectado enferme a menos de una persona.
Toda la gente debe ser cautelosa hasta que no se erradique el virus. Eso significa usar mascarillas faciales en lugares públicos, mantener una distancia prudente de los demás y monitorearnos a nosotros mismos y a nuestros contactos cercanos por si se perciben síntomas.
Las autoridades deben poner a disposición lugares de testeo y servicios de apoyo para el aislamiento de los individuos infectados, ya sea en la casa o en instalaciones públicas.
Los gerentes de los lugares de trabajo deben tomar medidas preventivas, que incluyen el trabajo a distancia o un distanciamiento físico seguro in situ.
Los fracasos atroces del G20 han comenzado, en la mayoría de los casos, en la cima. Personas como Bolsonaro y Trump son fanfarrones, pendencieros, propensos a la división y sociópatas.
La cantidad inmensa de muertes en sus respectivos países no los han llevado a tener expresiones de compasión ni a ejecutar políticas de salud pública eficaces.
Se percibe un comportamiento igual de perverso entre otros hombres fuertes del G20. Mientras las líderes mujeres (en Nueva Zelanda, Finlandia, Dinamarca y otras partes) tienen una trayectoria superior en la pandemia, el G20, lamentablemente, solo tiene una: la canciller Angela Merkel.
Trump es un caso especial porque gobierna la mayor potencia militar del mundo. La sociopatía de un presidente norteamericano es una tragedia mundial, a diferencia de la de un presidente brasileño (aunque la sociopatía de Bolsonaro afecta al mundo a través de una agenda antiambiental que alimenta la destrucción gratuita y deliberada del Amazonas).
La decisión de Trump de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud en plena batalla contra la pandemia tiene repercusiones globales inmediatas.
Lo mismo es válido para sus esfuerzos por lanzar una nueva guerra fría con China, en lugar de salvar a su propio país y cooperar con China para ayudar al resto del mundo a combatir la pandemia.
En esto, China obviamente tiene mucho para ofrecer. Puso en práctica las medidas más decisivas del mundo para erradicar un virus fulminante (después del primer brote en Wuhan) y bien puede estar en proceso de producir la primera vacuna útil.
Sin embargo, las actitudes sociales no son solo el resultado del liderazgo político. También dependen de la cultura y la responsabilidad social.
La cultura confuciana del noreste de Asia enfatiza la cooperación social y el comportamiento personal prosocial como el uso de mascarillas faciales.
Los fanáticos norteamericanos, atizados por Trump, proclaman, de viva voz, la libertad de rechazar las mascarillas faciales. En pocas palabras, la libertad de infectar a otros estadounidenses. Es poco probable oír ese argumento en el noreste asiático.
Lo que también es notable es la incapacidad de los líderes empresariales de Estados Unidos para tomar medidas destinadas a contener la epidemia.
Uno de los empresarios líderes de Estados Unidos Elon Musk exigió la reapertura de la economía (y de su empresa), en lugar de usar su talento para la ingeniería para ayudar a contener el virus.
Otros líderes empresarios prominentes también han contribuido poco o nada para reprimir la epidemia. Esto también es parte de la cultura estadounidense: el dinero por sobre las vidas, la riqueza personal sobre el bien social.
Los ministros de Finanzas del G20 hablan de dinero —presupuestos, estímulo, política monetaria— y deben hacerlo, pero solo después de haber hablado de frenar el virus.
No hay manera de salvar la economía sin frenar la pandemia. Garantizar medidas de salud pública eficaces es la política económica esencial de hoy.
Jeffrey D. Sachs: profesor de Desarrollo Sostenible y profesor de Políticas y Gestión de Salud en la Universidad de Columbia, es director del Centro de Desarrollo Sostenible de Columbia y de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
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