Hoy, 12 de febrero, se conmemora el Día Internacional contra el Uso de los Niños Soldados. En un día como hoy, probablemente, un niño apretará el gatillo de un rifle en medio del fuego cruzado en un combate en Siria. Tal vez él soñaba con ser músico y cantarle a su pueblo, pero en sus manos nunca nadie puso una guitarra.
En un día como hoy, probablemente, una adolescente colombiana está pisando una mina antipersonal en el sur de su país. Tal vez ella soñaba con ser astronauta y visitar las estrellas, pero en sus manos nunca nadie puso un atlas del universo ni una computadora.
En un día como hoy, probablemente, un adolescente de Sudán estudia tácticas de combate bajo la luz de una vela. Tal vez él soñaba con ser pintor y exponer sus obras de arte en los museos más prestigiosos del mundo, pero en sus manos nunca nadie puso un lienzo para pintar.
Este es el drama que los niños soldados viven a diario. Un drama de proporciones monumentales y desgarradoras, del que son víctimas cerca de 300.000 niños y adolescentes en más de 20 países. Son muchos los niños soldados que murieron cuando aún no habían aprendido a jugar y a leer, y los que vieron llegar la paz ya se habían convertido en adultos sin futuro.
Fatalidad. De esta dolorosa práctica, de la que gracias a Dios nuestro país ha estado alejado de sufrir por no tener un ejército, los costarricenses debemos extraer una lección fundamental: la violencia y las armas, tanto en contextos de guerra como de paz, si no destruyen la vida de los niños y adolescentes, destruyen su futuro y sus sueños.
La cantidad de armas que circulan en manos de los ciudadanos es impresionantemente alta. Se calcula que solamente en Estados Unidos circulan —en la sociedad civil— entre 200 millones y 350 millones de armas de fuego.
No hay duda de que una sociedad altamente militarizada puede fomentar que los ciudadanos perciban como normal armarse y enseñarles a sus hijos desde pequeños a utilizar un arma creyendo que son la mejor defensa frente a toda amenaza a su patrimonio e integridad física.
Las personas alrededor del mundo se arman desconociendo los peligros que trae para sus vidas, para las de sus hijos y para las de los hijos de otros; desconociendo que las armas no son una protección eficaz, sino una latente amenaza.
En escuelas y colegios. El problema se ha agravado con el tiempo porque las armas ya no solo se quedan en los hogares, sino que muchas de ellas viajan en las manos de los niños y los jóvenes a las escuelas, a los colegios y a las universidades, como lo hemos visto en centros educativos en Asia, Europa y especialmente en Estados Unidos, donde decenas de jóvenes estudiantes han sido acribillados de forma indiscriminada en sus propias aulas.
Debemos redoblar los esfuerzos en la lucha por desterrar para siempre el temor, la violencia y las armas de los centros educativos. La violencia que hemos vivido en las escuelas y colegios, y los comportamientos agresivos que vemos en los jóvenes y adolescentes, obedecen a muchas razones, pero estoy convencido de que una de ellas es la falta de espacios para expresarse, para fortalecer su sensibilidad artística y para recrearse sanamente.
En una educación ideal, los niños y adolescentes asisten a clases, toman apuntes, memorizan los límites geográficos y la tabla periódica de los elementos; aprenden idiomas extranjeros, matemáticas, literatura y ciencias, y también las ventajas del diálogo y los beneficios de forjar una cultura de paz entre compañeros.
Esto se logra mediante actividades extracurriculares, como es la norma en muchos países. En la medida en que multipliquemos proyectos que involucren la creatividad de los estudiantes, su capacidad para pensar y para expresarse libremente, en esa misma medida se logrará mantenerlos alejados de la violencia y del uso de las armas.
Alimento para el espíritu. Los jóvenes en riesgo social, que no han tenido la oportunidad de aprender lo que está más allá de sus circunstancias inmediatas, son como un pintor intentando retratar un atardecer con apenas dos colores en la paleta.
A ellos, necesitamos darles la oportunidad de que practiquen un deporte; ayudarlos a que se involucren en obras comunitarias para que se interesen en las necesidades de los demás; mostrarles las maravillas del arte, ya sea en la poesía, el baile, la música, la pintura u otras disciplinas.
Creo que toda actividad extracurricular que los jóvenes lleven a cabo les ayudará a mejorar su autoestima y se logrará así añadir colores a la paleta de su vida para que tenga matices, para hacer sus vidas más plenas y llenar de experiencias el lienzo de su espíritu humano.
Brindándoles a los estudiantes actividades extracurriculares lograríamos invitarlos a compartir otras culturas, a conocer otros horizontes; lograríamos hacerlos entrar en el reino de los sueños ajenos y construir palacios en las nubes del pensamiento. En fin, lograríamos dar más colores a sus paletas para que pinten el amanecer de un nuevo día: un día en el que decidieron defender la paz renunciando a la violencia y a las armas.
Artistas, no pistoleros. Hay quienes, con el afán de parecer prácticos, dicen que el fin de la violencia en los centros educativos es un sueño y nada más que un sueño. De todas las ideas que significaron un bien para nuestros jóvenes, se puede decir que alguna vez fueron sueños largamente incumplidos y, por eso, creo que para hacerlos realidad necesitamos darles la oportunidad de sembrar sus ilusiones en terrenos baldíos: para que el deportista fortalezca su espíritu deportivo y su disciplina, para que el poeta tenga inspiración, para que el bailarín tenga movimientos, para que el músico tenga ritmos y tonadas, para que el pintor tenga matices.
Así se forman artistas y no pistoleros. Así se forman deportistas y no drogadictos. Así se forman profesionales y no ladrones. Así se forman ciudadanos altruistas y no egoístas. Así se forman líderes y no caudillos. En fin, así se forman hombres y mujeres apacibles y no violentos.
Si comprendemos que la calidad de vida es requisito para mantener la paz social, si entendemos que el esparcimiento, el deporte y la libre expresión artística son fundamentales para preservar nuestro tejido social, entonces aseguraremos a nuestros jóvenes un futuro sin temor y sin violencia; un futuro en donde el joven que soñaba con ser un músico logre cantarle a su pueblo, la adolescente que soñaba con ser una astronauta pueda visitar las estrellas, el joven que soñaba con ser pintor pueda exponer sus obras de arte. Un futuro en donde los jóvenes puedan ver sus sueños hechos realidad, sus debilidades convertidas en fortalezas, sus miedos transformados en esperanzas. Un futuro en donde desterrar la violencia en los centros educativos no sea una utopía.
El autor es expresidente de la República.