EDIMBURGO– Desde que se creó el Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido (DFID, por sus siglas en inglés) hace 22 años, ha sacado a millones de personas de la pobreza, ha enviado a millones de niños a la escuela y ha salvado millones de vidas por medio de programas de vacunación y otras iniciativas innovadoras. Más recientemente, ha sido un líder mundial en ofrecer ayuda para el desarrollo a países pobres que enfrentan los estragos del cambio climático.
Sin embargo, según una propuesta que está explorando el equipo de transición de quien probablemente sea el próximo primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, el DFID sería absorbido por el Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad de Naciones (FCO, por sus siglas en inglés). El nuevo primer ministro estaría resolviendo un problema —el inaceptable abandono del servicio diplomático británico— creando uno aún mayor, que es la pérdida de lo que tal vez sea el activo global del Reino Unido hoy: el poder blando que ejerce en todos los continentes gracias a su compromiso innovador para poner fin a la pobreza del mundo.
Como han descubierto otros países, incorporar sus esfuerzos de ayuda internacional a sus oficinas de asuntos exteriores afecta tanto los esfuerzos diplomáticos como los de desarrollo. Nadie sale beneficiado cuando el desarrollo, que prospera con base en la transparencia y al escrutinio externo, está englobado en la diplomacia, que exige confidencialidad y muchas veces se caracteriza por registros de auditoría deficientes.
Por supuesto, el equipo de Johnson piensa que es atractivo para un público que, por motivos por los que yo y otros debemos asumir al menos cierta responsabilidad, no está plenamente al tanto de los datos sobre lo que la ayuda para el desarrollo del Reino Unido puede alcanzar. Cuando se les pregunta, los votantes británicos parecen pensar que aproximadamente el 20 % del presupuesto nacional se gasta en ayuda externa, cuando la cifra real es cercana al 1 %. Los padres británicos suelen sorprenderse cuando se enteran de que el presupuesto de ayuda anual total de su gobierno llega aproximadamente a 50 peniques ($0,63) por alumno africano, lo que ni siquiera alcanza para un lapicero, para no hablar de un maestro o un aula.
Salvar el DFID no es una cuestión partidaria, ya que existe un consenso considerable en respaldo de la Coalición para la Prosperidad Global con sede en el Reino Unido, que ha demostrado que la diplomacia y el desarrollo son tareas distintas de igual importancia.
El FCO, observa Tom Tugendhat, parlamentario conservador y presidente del Comité Selecto de Asuntos Exteriores del Reino Unido, es el “principal diplomático” del país y no deberíamos “esperar que los diplomáticos sepan cómo liderar en comercio internacional y desarrollo si no saben cómo orientar a la reina Isabel”.
Pero hay un argumento aún más sólido y más urgente para respaldar un DFID independiente. El ex primer ministro británico Winston Churchill solía describir a Estados Unidos, Europa y la Mancomunidad de Naciones como los tres círculos concéntricos de influencia británica. Cuanta más influencia tuviera el Reino Unido en un círculo, decía, más tendría en los otros: cuando los británicos tienen una voz fuerte en Europa, los estadounidenses los toman más en serio.
Sin embargo, en las siete décadas transcurridas desde la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido muchas veces ha descartado un cuarto círculo que incluye instituciones multilaterales como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
El papel de estas instituciones en la gobernanza global está siendo cuestionado por la administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, justo cuando la cooperación internacional es más necesaria que nunca para solucionar problemas comunes. Pero, como el Reino Unido post-1945 temía que instituciones multilaterales más fuertes ejercieran aún más presión anticolonialista en el país en tanto se retiraba del imperio, muchas veces nos mantuvimos a distancia. Francia, por el contrario, ha establecido una influencia importante en el FMI y los escandinavos se han vuelto indispensables en los esfuerzos de paz y desarrollo de las Naciones Unidas.
El gobierno laborista de 1997-2010 intentó reafirmar la influencia británica en este terreno. El Reino Unido paarticipó en la creación de dos instituciones nuevas estratégicas: el G20 y el Consejo de Estabilidad Financiera global. Y si un Reino Unido posbrexit ha de gozar de influencia internacional y ser un Gran Reino Unido global, el DFID es vital, ya que ha generado un historial sólido de iniciativas multilaterales importantes en áreas que van de la salud a la educación y el medioambiente. En cada caso, ha logrado superarse a sí mismo trabajando con donantes y aprovechando las capacidades de otras partes interesadas.
Entre otras cosas, el DFID participó en la creación del Servicio Financiero Internacional para la Inmunización (que ha brindado vacunas para más de 700 millones de niños desde el 2000), Global Partners for Health (Socios Globales para la Salud) y un fondo de Compromiso Anticipado de Mercado de $1.500 millones que ha financiado el desarrollo de nuevas drogas en países pobres. Por medio del DFID, el Reino Unido también es un miembro líder del Fondo Global y un defensor relevante del nuevo Servicio Financiero Internacional para la Educación que yo y otros hemos desarrollado.
Huelga decir que, en ausencia de un DFID fuerte, El Reino Unido no estará en condiciones de liderar los esfuerzos necesarios de desarrollo multilateral global.
El FCO no puede replicar fácilmente el papel único del DFID a la hora de acercar a los países y a la comunidad de desarrollo. Sin un presupuesto independiente, un ministro de gabinete y líderes respetados internacionalmente, el programa de desarrollo del Reino Unido carecería de la capacidad para movilizar recursos de manera rápida y eficiente en respuesta a crisis futuras. Tampoco tendrá un lugar de privilegio internacional como fuente de poder blando.
Hasta los nacionalistas deben enfrentar las amenazas a la seguridad planteadas por Estados frágiles, el aumento de la cantidad de refugiados y el constante flagelo de la pobreza y la injusticia. Cuando los desafíos globales más apremiantes de hoy —desde el cambio climático hasta la desigualdad y el conflicto violento— no admiten soluciones unilaterales, el argumento a favor de una acción multilateral es irrefutable. Un DFID robusto, institucionalmente independiente y bien financiado hoy es más necesario que nunca.
De manera que, si bien Johnson anticipa que un Reino Unido posbrexit necesitará un FCO mucho más fuerte para mantener la influencia del país en el exterior, relegar al DFID minaría un imperativo después de la salida de la Unión Europea aún más significativo: mantener nuestro liderazgo global, sobre todo, alcanzando los Objetivos de Desarrollo Sostenible acordados por los Estados miembro de las Naciones Unidas.
Gordon Brown: ex primer ministro y ministro de Hacienda del Reino Unido, es enviado especial de las Naciones Unidas para la Educación Global y presidente de la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales. Preside el Consejo Asesor de la Catalyst Foundation.
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