Leí con atención el artículo de Joseph A. Gabriel “¿Israel es culpable?, publicado el 4 de diciembre, donde se refiere a mi publicación del 17 de noviembre sobre la guerra entre Israel y Hamás.
Me sorprende (y decepciona) las numerosas citas descontextualizadas contenidas en el artículo de don Joseph. Pero dedico el espacio a los asuntos de fondo y a precisar mi posición sobre los hechos recientes.
La intención de mi artículo no era analizar la complejidad del conflicto israelí-palestino ni la secuencia de hechos históricos que han construido sus causas.
Hace años, concluí que, en algunas ocasiones, devolvernos en la historia puede inducirnos a justificar hechos detestables, cuya moralidad debe dimensionarse en sí misma.
A esto me llevó la noticia sobre el asesinato de un finquero blanco en la vieja Rodesia (hoy día Zimbabue) y las alusiones de los asesinos a las injusticias de la colonización británica de ese territorio y las políticas de apartheid practicadas por Ian Smith en ese entonces.
Yo tenía quizá 22 años, pero desde ese momento decidí que no siempre era correcto buscar secuencias de causas para justificar actos de ese tipo: los condenaría sin relativizaciones.
Ello, a pesar de que uno de los imanes del pensamiento racional —y su intenso uso en mi profesión, la economía— es el espacio prioritario que ocupan las secuencias causa-efecto como insumo fundamental para el método deductivo y la construcción de conclusiones lógicas, y mi enamoramiento del tercer nivel cognoscitivo a que invita la lectura de la La república de Platón.
Crueldad y cobardía
La historia está llena de actos crueles y cobardes que muchas veces responden nada más que a instintos o deseos de venganza, y no a las causas que se utilizan como excusa. Por ejemplo, en la China de 1900, la violencia de los bóxeres contra comerciantes individuales occidentales o chinos percibidos como socios de los primeros no puede ser moralmente defendida aludiendo a las invasiones injustas de los imperios coloniales europeos.
Someter a condiciones de vida paupérrimas a un criminal en la cárcel no puede justificarse en la seriedad de su delito. Quienes lo hagan están dominados por bajos instintos de venganza y no por una comprensión del papel de la justicia.
En mi artículo expresé claramente mi opinión sobre lo que hizo Hamás el 7 de octubre: “No es posible encontrar anhelos de un valor tan supremo ni un inframundo de valores morales de un nivel tan bajo que permitan ni siquiera empezar a entender y menos justificar el asesinato y el secuestro de civiles indefensos, incluidos niños. El método escogido por Hamás y su sed de sangre debería ser repudiada —en primerísimo lugar— por el resto del pueblo palestino, pero también por aquellos grupos que en la defensa de los derechos humanos hoy marchan por las calles de las capitales de muchos países del mundo”. (Por cierto, ¡esta cita sí se le “olvidó” a don Joseph!).
Pero sigo creyendo que el gobierno de Israel ha bajado al nivel moral de los líderes de Hamás, al ordenar bombardeos a mansalva sin importarle el asesinato de niños y civiles indefensos.
En este caso, lo hecho por el gobierno de Israel merece los mismos epítetos y las mismas valoraciones que lo hecho por los líderes de Hamás. Creo, además, que la calidad moral de los episodios a partir del 7 de octubre debe ser calificada en sí misma, independientemente de las causas que aleguen los terroristas o el gobierno de Israel.
En este caso, la búsqueda de justificaciones llevaría a algunos en su fanatismo a recordar el establecimiento de asentamientos judíos en territorio palestino o la Declaración de Balfour, y a otros a mencionar el rechazo a la existencia del Estado de Israel y hasta a culpar al Imperio romano por haber conquistado esos territorios en el primer siglo de la Era Cristiana o a Alejandro el Grande por hacer lo propio 350 años antes.
Hechos injustificables
Pero jamás puede justificarse lo que se inició el 7 de octubre: nada más ni nada menos que una salvaje y vengativa matanza de niños y civiles inocentes.
Y, sí, ese horrible episodio lo inició Hamás, pero imitar el mal nos hace tan malos como el pionero. A no ser que esté bien robar porque otros roban, disfrutar privilegios corruptos en un cargo público porque otros lo hacen, ofrecer puestos y bonos de vivienda en campaña para ganar votos porque otros políticos así proceden, evadir impuestos porque otros los evaden, copiar en un examen porque el compañero de al lado lo hace, llegar tarde a las reuniones porque otros lo hacen, saltarse un alto porque es lo común, discriminar a las mujeres u homosexuales porque es lo normal, o despreocuparse por el cuidado de los recursos naturales porque los países desarrollados se hicieron ricos sin cuidarlos. ¡Ello, sin olvidar la ceguera generalizada a que estamos condenados, y de la que supuestamente nos advirtió Gandhi si prevaleciera la regla del ojo por ojo del Antiguo Testamento!
Tengo la firme esperanza de que después de este lamentable baño de sangre mejoren las posibilidades para la solución de dos Estados, que esta sea aceptada por las diferentes facciones, las moderadas y las extremistas, de ambos bandos, y que todos los habitantes de los territorios entre el río y el mar prosperen y vivan en paz, sin importar si son judíos, musulmanes, cristianos o ateos, sino simplemente porque son seres humanos con idénticos derechos y responsabilidades.
El autor es economista.