Los indicadores de salud de Costa Rica son similares a los de naciones desarrolladas. Nos ubicamos en posiciones intermedias y altas entre los países de renta media; sin embargo, algunos índices alcanzaron su punto máximo y, aunque varios persisten, otros tienden a descender o muestran comportamientos oscilantes.
Ejemplos de cambios negativos se reflejan en las tasas de vacunación (esquemas completos) y mortalidad infantil y materna. Además, durante el 2022, casi el 60 % de las muertes se debieron a enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT). La enfermedad cardiovascular se cobró la vida de casi la mitad, seguida del cáncer y la diabetes mellitus, es decir, prevenibles.
Utilizando los datos del Instituto de Métricas y Evaluación en Salud de la Universidad de Washington, Seattle, EE. UU., se observa cómo entre el 2009 y el 2019 los factores de riesgo que aumentan la probabilidad de muerte en el país incrementaron en prevalencia, a pesar de estar identificados y medidos.
Los datos de la Encuesta de factores de riesgo cardiovascular de la Caja Costarricense de Seguro Social mostraban ya en el 2010 alarmantes prevalencias de hipertensión arterial (un 31,5 % en general; un 27,7 % en hombres y un 35,4 % en mujeres), casi un 20 % antes de los 40 años y se duplicaba con cada 20 años adicionales.
Las dislipidemias (colesterol y triglicéridos altos) afectaban a una de cada cuatro personas y más del doble en los mayores de 65 años. Estas prevalencias, desafortunadamente, aumentaron.
El sobrepeso y la obesidad, estrechamente vinculados con los factores mencionados, nos colocan en el muy deshonroso segundo lugar en Latinoamérica: uno de cada tres costarricenses padece sobrepeso y casi el 90 % de ellos son obesos, según el índice de masa corporal.
Más preocupante aún es la tendencia ascendente al sobrepeso y la obesidad en la población escolar. Si bien existe predisposición genética en ciertas personas, al igual que con la hipertensión y la diabetes, la propensión suele ser neutralizada mediante hábitos de vida saludables, que incluyan una alimentación balanceada, actividad física y suficientes horas de sueño reparador.
Empezar ahora
A pesar de la realidad hasta aquí resumida, poco se ha hecho para cambiar las tendencias. Por si fuera poco, las ECNT —y sus efectos conexos— se tornan más prevalentes con la edad; es cuando la situación se vuelve aún más seria: la configuración de la pirámide poblacional del país, por la reducción de la tasa de reemplazo, se ha ido invirtiendo y se amplía cada vez más hacia las edades mayores.
A ello se suma que la ciencia y la tecnología han avanzado y la sobrevida de las personas con ECNT se ha incrementado sustancialmente, aunque no con la mejor calidad, desdichadamente.
Eso significa que si queremos reducir las consecuencias de estas enfermedades y de otras de origen infeccioso, como las diarreas y las infecciones respiratorias agudas, que afectan especialmente a los extremos etarios, se debe trabajar desde ahora en la promoción de hábitos de vida saludables, de manera transversal, desde la primera infancia y a lo largo de la vida.
Entiendo que la competencia es complicada, pues las fuerzas del mercado que empujan hacia prácticas y hábitos poco saludables poseen el capital suficiente para contratar a los mejores mercadólogos, neurocientíficos, diseñadores audiovisuales y generadores de contenido.
Se debe buscar, entonces, un curso de vida sano para una vejez saludable. Queda claro que esto redundará en una mejor calidad de vida en el momento presente y en el futuro.
La salud involucra el bienestar físico, mental, emocional y social, por tanto, su promoción, según la Organización Mundial de la Salud, es un proceso político y social que abarca acciones dirigidas a modificar las condiciones sociales, ambientales y económicas, con el fin de favorecer su impacto positivo en la salud individual y colectiva.
Esta colectividad incluye un ambiente tan cercano como la familia, la sociedad en general y estratos más pequeños, como una empresa o institución pública, o intermedios, como un cantón.
Estamos cada vez más envueltos en problemas personales, familiares, laborales, sociales y globales. De acuerdo con la determinación social de la salud, nada de lo que ocurra, aun en un ámbito tan lejano como Asia, deja de afectar nuestra salud; mucha mayor influencia tendrá, entonces, todo aquello que nos circunda, que nos define, que nos moldea.
Futuro incierto
Reconociendo esta realidad y teniendo la certeza de que la salud es un activo social sobre el que se cimentan casi todas las actividades económicas y sociales (si tienen duda, recuerden la pandemia de covid-19), cuesta comprender que la promoción de la salud sea materia muerta en un alto porcentaje de nuestras instituciones, empresas, cantones y, peor aún, en las más altas esferas del gobierno que, con sus políticas de reducción de la inversión social, condenan en lo inmediato, pero especialmente a largo plazo, a tener una población cada vez más enferma.
El país produce excelentes promotores de la salud integral y física que pueden ser catalizadores de procesos de cambios sustantivos en la calidad de vida con un efecto aditivo-multiplicativo en la sociedad.
Cuesta comprender por qué tales profesionales ocupan en Costa Rica los últimos puestos en empleabilidad. Países europeos que comprendieron la importancia de la promoción de la salud en los ámbitos laborales y comunales han observado grandes cambios sociales e individuales en una dinámica bidireccional, con amplios beneficios para todos.
Es fundamental, por consiguiente, retomar la significación de la salud como activo social y recordar que más vale invertir en prevenir que gastar en curar.
El autor es profesor de Epidemiología en la UNA desde hace 20 años. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.