Un milagro recorre Costa Rica, de norte a sur, de este a oeste. Caigo rendido ante la evidencia y grito a todo pulmón: ¡Milagro! La buena nueva es que hemos ampliado las calles en dos o tres veces su dimensión sin invertir un solo cinco.
Mientras otras naciones hacen la tontera de gastar plata en construir puentes, supercarreteras y trenes de alta velocidad para acomodar las crecientes necesidades de transporte de personas y mercaderías, nosotros somos más astutos y embutimos más vehículos en las mismas calles de siempre.
El milagro se inició, por supuesto, con la autopista General Cañas. El mismo camino inaugurado en los años sesenta pasó por un cambio en la demarcación de carriles, de dos a tres por lado (fuera espaldón). ¿Resultado? Si dejamos de lado molestias menores como puentes de dos carriles y la platina, se logró aumentar la capacidad vehicular en un 50% overnight, y lo único que se necesitó fue pasar por la ferretería del barrio y comprar unos tarrillos de pintura. ¡Otra meta cumplida del Plan Nacional de Desarrollo sin acrecentar el déficit fiscal!
El milagro mayor, sin embargo, es la que convirtió las estrechas calles de siempre en modernas pistas de tres carriles por lado, otra vez sin necesidad de plata pública, pero con la connivencia de las autoridades de Tránsito. Vean ustedes: antes uno iba en un carril y el otro vehículo venía en el carril contrario. Calle completa y un verdadero desperdicio. Ahora tenemos carril de moto a la derecha, los que rebasan por el lado del caño; carro en el centro y carril de moto por la izquierda (por donde uno no espera que lo rebasen cuando viene un vehículo de frente); y en el sentido contrario, tenemos los mismos carriles: moto, carro, moto. ¿Lo vieron nítido? Seis carriles donde teníamos dos.
Es que estamos en el mejor país del mundo. La astucia que empleamos para democratizar el “derecho” a tener vehículo propio sin pasar por la molestia de ahorrar, invertir y gestionar una mejor infraestructura es la que aplicamos en otros ámbitos de la vida social.
Así pedimos que el Estado preste servicios de calidad mundial, pero nadie quiere financiarlo: la evasión y elusión fiscal es deporte nacional. La quejadera también. Y, por el otro lado, queremos que el Gobierno nos pague salarios de funcionario sueco, con muchos ceros, pero sin rendición de cuentas y evaluación de desempeño. Sí, señores y señoras, estamos por patentar la ilusión de que al desarrollo se llega por el atajo fácil: vendiendo humo y sin sudarla. Al menos, uno no, que la suden los demás, los “maes” aquellos.
Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.