¿Cuanto tiempo fue el mar el final del mundo, el límite del mundo conocido, el borde del abismo, la cinta divisoria entre la generosidad de la vida y los monstruos cercanos a la muerte?
Pensar el mar, en esa porción de agua salada, es pensar también en la historia de la humanidad. Mare Nostrum, senda azul que logró la conquista y la derrota de muchos territorios, civilizaciones seguidas de otras nuevas civilizaciones.
Metáfora de la vida en los viajes, el conocimiento y la búsqueda de verdades por parte de muchas escuelas y religiones. Un mar que separó sus aguas con Moisés como líder, un mar sobre el que viajó Ulises, un mar poético en Kavafis, Machado y miles de poetas acurrucados en sus metáforas, sea cual sea el continente donde se inspiran y hacen poesía.
El mar dio peces al profeta, pero también náufragos a costa de muchas religiones. Migrantes sepultados por sus olas, quienes en un intento desesperado por vivir mejor encontraron en él la muerte. Restos de naufragios de la desesperación y naufragios de la codicia poco a poco se han ido hallando en los fondos de arena y piedras; y tesoros ocultos, restos de barcos con ánforas y monedas, ruinas de ciudades desaparecidas, esqueletos sepultados en cabinas de madera y metal.
Mar de sirenas y tiburones, de pulpos, ballenas y corales, de atunes, algas y camarones perseguidos por las flotas pesqueras alrededor del orbe respetando las vedas o no, pirateando el destino del futuro planetario como si existiera otro mar nuevo con recursos ilimitados.
Mar de titanes, de geógrafos y volcanes que han modelado sus costas y puertos con murallas para protegerse de desastres naturales cantados generación tras generación en los bares de los puertos. Barcos que llevan gente que no vuelve. Despedidas y encuentros antes y después de las guerras.
Mar que también es cloaca de yates, pueblos y fábricas. Mar de plástico y miseria. Mar muerto y sin tortugas. Mar Negro, mar Rojo, mar hediondo y abandonado por sus propios mitos y centinelas.
Mar de los amores, de los boleros y las palmeras. Mar del Caribe y los tambores. Mar helado de volcanes y riscos, de cuevas y neandertales. Mar que nos hizo posible ir más allá de lo que podían llevarnos nuestros propios pies.
Océano sobre el que navegaron soldados, forajidos, piratas y corsarios. Mar que sopló las naves de bambú y madera de Oriente, más allá del confín de sus tierras para que las hazañas fueran escritas en piedra.
Mar de los atlantes y mar Pacífico, mar Caspio, mar de Aral. Mar que recibe las naves que vuelven del espacio o que hace desaparecer en sus entrañas aviones y barcos.
Agua que vuela en sus olas limando los minerales hasta convertirlos en castillos de arena. Casa de la vida y la luna bailando con sus mareas.
Territorio de tsunamis y carpa del viento. Ni una ola a veces se mueve más allá del horizonte.
Mayor que un lago, menor que el océano. Sodio, magnesio, calcio y gas hay en sus aguas. Mar de sueños y deseos inconscientes. No se puede morir sin conocer el mar…
En un principio estaba el agua y sigue estando en el líquido amniótico prenatal de todos nosotros, como referencia biológica de lo que somos. Seres de tierra y mar con ínfulas de grandeza y anhelos de volver a ser calamares.
La autora es filósofa.