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Uno de los bolerazos clásicos, de esos que se cantan a media luz, resume muy bien el juego de sombras chinas en el que terminan muchas campañas electorales. Las de Costa Rica, también. Me refiero al bolero «Quizás, quizás, quizás», del compositor Osvaldo Farrés: [Entran las guitarras] «Siempre que te pregunto / que cuándo, cómo y dónde / tú siempre me respondes/ quizás, quizás, quizás… / Y así pasan los días / y yo voy desesperando / y tú, tú contestando: / quizás, quizás, quizás».
No estoy seguro si ese bolero, y esa letra en particular, ha caído en el olvido, como tantas otras cosas, pues los gustos y maneras de cortejar han cambiado. Sin embargo, las verdades son verdades, aunque el tiempo las oculte bajo siete llaves. Y una de ellas es que, en una campaña electoral, los asesores aconsejan a los candidatos ser empáticos, para dejar abierta la esperanza, y a formular promesas vagas que fácilmente puedan ser, luego, incumplidas.
Hace tiempo que las ciencias políticas recalcan que el voto no es un contrato entre elector y elegido. Estamos avisados: votamos porque queremos creer, no porque se hayan comprometido con nosotros. Por ello, de Farrés a Maquiavelo hay apenas un pequeño paso, aunque medien cuatro siglos entre ellos. En «El príncipe» (capítulo XVIII) el gran florentino escribe que un gobernante debe disfrazarse bien y que aquel que engaña siempre encuentra a alguien que se deja engañar:
«Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada… pero la experiencia nos demuestra… que son precisamente los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas».
Antes de que alguien me salga con la crítica usual contra Maquiavelo, me apresuro a decir que él procuraba preservar a Florencia como república independiente y a los florentinos, como personas libres, frente a las amenazas de poderosos reyes. Sin embargo, el problema de Maquiavelo y el bolero es que la doblez y el engaño, estrategias probadas para confundir a enemigos y adversarios, son, en cambio, equivocadas si se aplican en una comunidad ciudadana de una república democrática que, como la nuestra, enfrenta una crisis social y de representación política. Una victoria electoral conseguida se convierte rápidamente en derrota.
El autor es sociólogo.