Este año se celebra el 300 aniversario del nacimiento de Adam Smith, fundador de la economía moderna. Llega en un momento en que la economía mundial afronta varios retos de enormes proporciones. Las tasas de inflación son las más altas desde finales de los años setenta. El crecimiento de la productividad en Occidente sigue siendo lento o está estancado. Los países de renta baja y media se tambalean al borde de una crisis de deuda. Aumentan las tensiones comerciales. Y la concentración del mercado ha aumentado entre los países de la OCDE.
Es una oportunidad para reflexionar sobre sus valiosas ideas sobre la dinámica del crecimiento económico y considerar si pueden ayudarnos a entender el momento actual.
El núcleo de la teoría del crecimiento económico de Smith, esbozada en el primer capítulo de su obra fundamental La riqueza de las naciones, es la especialización facilitada por la división del trabajo. Al dividir la producción en tareas más pequeñas —proceso ilustrado por la fábrica de alfileres— la industrialización permitió enormes aumentos de productividad.
Pero este proceso no se limita a las empresas individuales. Puesto que la división del trabajo, según Smith, está “limitada por la extensión del mercado”, el mercado en su conjunto debe expandirse a través del intercambio. Después de todo, aumentar la producción diaria de widgets de 100 a 10.000 no tiene sentido si nadie quiere comprarlos.
Así pues, la división del trabajo es un proceso colectivo que implica un proceso continuo de cambio económico estructural. Cuando hay una mayor oferta de widgets asequibles, los sectores de la economía que los utilizan pueden ampliar la producción y reducir los precios. Mientras tanto, el mayor tamaño del mercado permitiría a los proveedores de materiales necesarios para fabricar widgets reorganizar la producción en tareas más especializadas.
Como señaló el economista estadounidense Allyn Young en 1928, se trata de una historia dinámica de rendimientos crecientes. El proceso de crecimiento es un círculo virtuoso de cambio estructural que comienza lentamente y luego se acelera, como una avalancha.
La Revolución Industrial y el rápido crecimiento de los “tigres” de Asia Oriental de 1980 a 1990 son ejemplos perfectos del proceso identificado por Smith. Sin embargo, el estancamiento del crecimiento que ha asolado las economías desarrolladas en la última década plantea la cuestión de si el progreso mundial hacia lo que Smith describió como “opulencia universal” se detuvo.
Preocupaciones
Aunque la división del trabajo en tareas especializadas ha mejorado a menudo las habilidades y conocimientos de los trabajadores, puede que no siempre sea así. La aparición de modelos generativos de inteligencia artificial alimenta la preocupación de que los empresarios utilicen estas tecnologías para desespecializar a los trabajadores humanos y reducir costos, lo que ha llevado a pedir intervenciones reguladoras para garantizar que la IA aumente, y no sustituya las capacidades humanas.
Por otra parte, aunque el crecimiento económico desde el inicio de la Revolución Industrial dio lugar a avances asombrosos en la salud y el bienestar, los marcos institucionales y las opciones políticas que permitieron este progreso fueron el resultado de intensas luchas sociales.
Otra preocupación que a menudo se pasa por alto tiene que ver con el tamaño del mercado. Smith probablemente se habría escandalizado del grado de especialización de la economía del siglo XXI (y probablemente también se habría alegrado de su previsión).
La industria manufacturera depende en gran medida de complejas redes de producción mundiales. Los productos finales, como los automóviles o los teléfonos inteligentes, constan de miles de componentes fabricados en varios países. Muchos de los eslabones intermedios de esas cadenas de suministro están extraordinariamente especializados.
La empresa holandesa ASML, por ejemplo, es el único fabricante de las máquinas de litografía ultravioleta necesarias para producir chips avanzados, la mayoría de los cuales son fabricados por la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC).
Pero el carácter generalizado de este fenómeno sugiere que el mercado mundial de muchos productos solo puede sostener a unas pocas empresas capaces de lograr economías de escala. Esto ha ocurrido durante mucho tiempo a los grandes fabricantes de sectores como el aeroespacial, pero cada vez se aplica más a los mercados más pequeños de componentes intermedios.
Falta de competencia
Por consiguiente, no se cumple la otra condición de Smith para el crecimiento económico: la presencia de competencia. La competencia contribuye a garantizar que el crecimiento económico sea socialmente beneficioso, porque impide que los propietarios de las empresas monopolicen los beneficios de la especialización y el aumento de los intercambios.
Como dijo Smith en La riqueza de las naciones, “en general, si cualquier rama del comercio, o cualquier división del trabajo, es ventajosa para el público, siempre lo será más cuanto más libre y general sea la competencia”.
Aunque el declive de la competencia es una preocupación creciente en las economías occidentales, el debate se centra en gran medida en sectores de alto perfil dentro de los mercados nacionales, como las grandes tecnológicas. Los responsables políticos de ambos lados del Atlántico han respondido a la concentración en la industria tecnológica con nuevas leyes, como la Ley de Mercados Digitales de la Unión Europea, y una aplicación más estricta de las leyes antimonopolio existentes, como la reciente decisión de la Comisión Federal de Comercio de EE. UU. de bloquear la adquisición de Activision por Microsoft.
La cuestión política más profunda, sin embargo, es si el nivel de especialización en determinados mercados ha alcanzado un punto de inflexión en el que existe un equilibrio entre los dos requisitos previos de Smith para el crecimiento. ¿Ha llegado la división del trabajo a su límite y es por tanto la necesidad de aumentar la competencia otra razón para diversificar las cadenas de suministro y desarrollar nuevas fuentes de abastecimiento de la producción?
Diane Coyle, catedrática de Políticas Públicas de la Universidad de Cambridge, es autora de “Cogs and Monsters: What Economics Is, and What It Should Be”.
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